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El diablo se esconde en los detalles: El rol del sector del desarrollo en la lucha por los derechos de las mujeres y contra los fundamentalismos religiosos

Hacer frente a la escalada de la violencia contra las mujeres en todo el mundo requiere la amplia adopción de un enfoque feminista de trabajo en el entramado desarrollo, fundamentalismos religiosos y derechos de las mujeres.


En agosto de 2015, las Naciones Unidas aprobaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la agenda que guiará las prioridades para el desarrollo hasta 2030. Esta agenda no carece de problemas, pero la inclusión del objetivo específico «Lograr la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres y las niñas», así como el reconocimiento de la igualdad de género como «un aporte fundamental para avanzar hacia todos los objetivos y metas» constituyen pasos significativos en comparación con los compromisos mínimos en materia de género de sus predecesores, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Pero el crecimiento y la difusión de los fundamentalismos religiosos en todo el mundo se yergue como una enorme barrera para lograr la transformación que proponen los ODS.

Fareeda Afridi, una feminista y activista por los derechos de las mujeres en Pakistán que pertenece a la etnia pastún y que criticó al patriarcado y a los talibanes, fue asesinada a disparos cuando iba camino a su trabajo en julio de 2012, a la edad de 25 años. Talata Mallam fue una de las nueve mujeres que estaban aplicando vacunas para la polio y que fueron asesinadas a disparos en Kano, Nigeria, en febrero de 2013. En noviembre de 2015, Jennifer Markovsky, Garrett Swasey y Ke'Arre Stewart fueron asesinadxs por un extremista cristiano en una clínica de la Federación de Planificación Familiar en Colorado Spring, Estados Unidos. En Bangladés, en los ataques por parte de fundamentalistas contra ONG como BRAC y el Banco Grameen que brindan servicios de salud, información y educación además de oportunidades económicas sobre todo a las mujeres rurales, se han documentado golpizas y asesinatos de personas que trabajaban en esas ONG además de quema de hospitales. Estos son apenas unos pocos ejemplos de los miles de ataques perpetrados por fundamentalistas religiosos de todas las confesiones contra los derechos de las mujeres y el trabajo por el desarrollo.

Los fundamentalismos religiosos degradan los estándares de derechos humanos, causan retrocesos en los derechos de las mujeres, afianzan la discriminación e incrementan la violencia y la inseguridad. Pero los fundamentalistas no solo utilizan la fuerza física sino que cada vez más están empleando el lenguaje de los derechos humanos con argumentos que hacen referencia al relativismo cultural para atacar los estándares existentes de derechos humanos e impedir avances. Pero hasta ahora es poco lo que se ha hecho para abordar los desafíos puntuales que plantean los fundamentalismos religiosos al desarrollo o para formular respuestas eficaces.

Un problema mundial para los derechos de las mujeres

El control sobre la autonomía corporal de las mujeres y la imposición de normas estrictas en cuanto al género es una marca registrada de las ideologías fundamentalistas que trasciende a toda frontera religiosa y geográfica.

Y la situación está empeorando. En 2014, Brunei aprobó un nuevo Código Penal basado en una interpretación extremadamente conservadora de las leyes musulmanas que incluyó la muerte por lapidación como castigo por el adulterio. En Estados Unidos, el fortalecimiento de la derecha cristiana llevó a que entre 2010 y 2016 se promulgaran más de 228 disposiciones que impiden el acceso al aborto. En estos últimos meses hemos visto cómo la derecha religiosa presiona a distintos países, desde Polonia hasta Brasil hacia una prohibición total del aborto.

En Burma e India, los actores fundamentalistas utilizan el género como herramienta principal en sus campañas de odio contra la población musulmana; los estereotipos acerca de que los hombres musulmanes obligan a las mujeres a convertirse al Islam y los rumores acerca de hombres musulmanes violando a mujeres budistas o hindúes se esgrimen como fundamentos para restringir a las mujeres la posibilidad de elegir a sus compañeros y para provocar violencia contra la población musulmana.

Los actores no estatales están representando una amenaza violenta para las libertades y las vidas de las mujeres, como lo demuestran el aterrador crecimiento de Da'esh en Medio Oriente, el «ejército» formado por la Iglesia Universal del Reino de Dios (evangélica) en Brasil y los 2500 ataques perpetrados entre 2005 y 2013 contra personas que realizan abortos en Estados Unidos.

La violencia que los fundamentalistas están desplegando sobre las vidas de las mujeres puede manifestarse de distintas maneras según los contextos, pero resulta claro que estamos viendo una escalada de agresiones en todo el mundo.

La capacidad de respuesta del sector del desarrollo

Frente a esta situación, las promesas de «no dejar a nadie atrás» que formula la agenda para el desarrollo parecen difíciles de alcanzar. Algunas organizaciones que trabajan por el desarrollo recién están tratando de entender lo que implican los fundamentalismos para el desarrollo sostenible y para su abordaje estratégico de esta temática. Otras ya tienen políticas y programas de capacitación interna para garantizar que su personal conozca las cuestiones de «género y diversidad», en los que puede haber espacio para hablar de los fundamentalismos religiosos. Pero esos programas tienden a abordar la diversidad de manera superficial y muchas veces no estudian los aspectos políticos de las identidades ni hacen análisis a fondo desde la perspectiva del poder. Se limitan a reforzar la idea de que «somos diversxs y debemos respetarnos unxs a otrxs». Por su parte, los fundamentalistas manipulan la noción de diversidad en su propio beneficio, acallando las críticas acerca de la forma en que oprimen a las mujeres en nombre del respeto a la diversidad cultural.

La resistencia de quienes formulan políticas para el desarrollo a discutir de qué maneras se está utilizando la religión para justiciar la discriminación y la violencia puede deberse tal vez al hecho de que muchxs consideran que la religión en general es un tema delicado. Algunas organizaciones tal vez tengan una cultura «anti-riesgo» que limita su disponibilidad a hacer frente a desafíos como estos. Tal vez también consideren que es mejor dejar estos temas a otrxs y tengan miedo de aventurarse en terrenos que lxs superan o de ofender a su personal y beneficiarixs en determinadas zonas.

Si quieren lograr avances en cuanto a la justicia social, económica y de género, y los derechos de todas las personas en el desarrollo sostenible, las organizaciones por el desarrollo deben desarrollar su capacidad colectiva para reconocer y abordar a los fundamentalismos religiosos en colaboración con otros actores.

Un enfoque feminista

Lo que se necesita es algo que vaya más a fondo: abordar las causas estructurales y las relaciones de poder que subyacen al crecimiento de los fundamentalismos religiosos. Las organizaciones feministas han estado en primera línea en cuanto a documentar y analizar este problema, así como en la construcción de estrategias de resistencia. Para poder trabajar sobre el punto en el que se entrecruzan el desarrollo, los fundamentalismos religiosos y los derechos de las mujeres, es fundamental que se difunda más este enfoque feminista. Los análisis feministas ponen al descubierto que los cuerpos de las mujeres son espacios de control para los fundamentalistas religiosos y nos permiten ver que la violencia de género se da en todos los niveles sociales, desde el Estado hasta la familia. También es fundamental para pensar formas de combatir a los fundamentalismos que no generen más conflicto, más desigualdad o más opresión. Pero puede resultar difícil pensar cómo trasladar esto a la práctica. Las últimas investigaciones de la Asociación para los Derechos de las Mujeres y el Desarrollo (AWID) proponen algunas acciones concretas a encarar en siete áreas importantes para resistir a los fundamentalismos y fortalecer los derechos de las mujeres.

Actuar frente a señales de alerta

Los fundamentalismos religiosos no aparecen «ya crecidos». Por lo general, se da un proceso gradual que comienza con el control sobre los cuerpos de las mujeres — la forma en que se visten, su presencia en lugares públicos, su autonomía sexual y reproductiva —, la vigilancia estricta sobre el binario y los roles de género, la valorización de una forma patriarcal de familia y la imposición de la «normalidad» heterosexual.

Muchas veces y sobre todo en momentos de conflicto, inseguridad o disturbios políticos, se desestiman las restricciones a las libertades de las mujeres y de las personas LGBTQI considerando que no son importantes ni «el problema principal». Para combatir el crecimiento de los fundamentalismos religiosos es fundamental que los actores del desarrollo actúen cuando los grupos de mujeres o LGBTQI dan la alarma y que no esperen que los fundamentalismos se fortalezcan y lleguen a arraigarse más en la sociedad para considerarlos un problema grave.

Dejar de lado la homogeneización de las identidades

A menudo resulta tentador dar por sentado que la religión es uno de los marcadores de identidad que definen a una comunidad. Pero en la realidad las identidades de las personas son multifacéticas. Reducir a una comunidad a una sola identidad — la de su religión — implica adoptar una visión reduccionista de ella y de las personas que la constituyen, lo mismo que hacen los fundamentalistas. Además muchas veces los discursos fundamentalistas se utilizan para proteger el poder y el privilegio, por eso cuando se permite que cualquier temática se analice solo en términos religiosos no solo se corre el riesgo de ceder la posibilidad de fijar los términos del debate sino también de perderse la oportunidad de introducir cambios en la situación.

Es importante que lxs actores del desarrollo no den por sentado que el discurso religioso conservador es el único que puede resonar en una comunidad. En lugar de las identidades que fomentan los fundamentalistas — restringidas y que generan Otrxs — los actores del desarrollo pueden ayudar a promover formas inclusivas de la identidad. En las intervenciones para el desarrollo se puede utilizar un lenguaje no religioso que se refiera a metas comunes como la paz, la justicia, los derechos, la calidad de vida, poner fin a la violencia, acceder al agua o a una salud mejor, por ejemplo. Combinar argumentos de múltiples fuentes — los derechos humanos y la igualdad de género, el derecho constitucional, las interpretaciones religiosas progresistas, datos empíricos — puede resultar muy eficaz.

Promover una visión feminista de la religión, la cultura y la tradición

Los fundamentalistas religiosos muchas veces proclaman ser guardianes de la «cultura auténtica» y estar resistiendo la dominación de los poderes «foráneos» o «de Occidente». Pero en la realidad los fundamentalistas introducen normas que no solo destruyen la diversidad y el pluralismo locales sino que tampoco son «auténticas» o autóctonas, ya que se trata de ideologías modernas o importadas de otros contextos. Por ejemplo: el mito según el cual existe una sola «ley islámica» hace mucho tiempo que oculta la diversidad de leyes y prácticas musulmanas que se entrecruzan con culturas e historias particulares en distintas partes del mundo. Las invocaciones a la «cultura africana» en los discursos contra la homosexualidad invisibilizan la realidad de la diversidad sexual que históricamente ha existido en África y el hecho de que el rechazo cada vez mayor a la homosexualidad que se registra en muchos países africanos está alimentado y financiado por fundamentalistas cristianos de Estados Unidos.

A veces las iniciativas para el desarrollo parecen aceptar los argumentos del relativismo cultural que restringen los derechos de las mujeres, ya sea por un deseo pragmático de permitir que avance un proyecto o por miedo a que piense que están interfiriendo en un tema delicado. Pero es importante que nunca se acepten la religión, la cultura o la tradición como excusas para las violaciones a los derechos humanos o la subordinación de las mujeres, y que no se dé por sentado que los líderes religiosos representan a toda la comunidad.

Una forma positiva de avanzar podría ser que las organizaciones para el desarrollo se aseguren de haber sensibilizado a todo su personal para que comprenda que los discursos religiosos, al igual que todos los otros, no son algo estático sino algo que está permanentemente en disputa, que se refuerza y se modifica. Quienes trabajan por el desarrollo también pueden tener un impacto positivo si apoyan a actores locales — que muchas veces son organizaciones de mujeres — que están permitiendo que surjan discursos religiosos consistentes con los derechos humanos y la justicia de género.

Abordar la marginación, incluyendo el racismo

Los grupos fundamentalistas aprovechan las quejas de quienes se sienten marginadxs o que tienen pocas esperanzas de acumular poder social y económico, o la posibilidad de representación que les brindan los canales políticos democráticos. El número elevado de reclutas occidentales y de clase media que tiene Da'esh es una muestra del racismo y la alienación que vive la juventud que no es blanca en Europa y América del Norte. En muchos países, lxs «progresistas» (de izquierda, a favor de las personas empobrecidas, antiimperialistas) no han logrado un apoyo suficiente para postularse como alternativa creíble frente a las elites que ocupan el poder. Como solución a la marginalidad y la alienación, los fundamentalistas les ofrecen esperanza, certeza, un objetivo en la vida y una comunidad afectiva a quienes los siguen. En países como por ejemplo Polonia y Egipto, las organizaciones religiosas siempre han sido perseguidas por ser disidentes, lo que les ha conferido credibilidad como alternativa frente a regímenes corruptos.

Por eso es importante que la oposición al fundamentalismo no cobre formas que refuercen los discursos racistas y otros que marginan a determinados grupos. También es importante que las intervenciones para el desarrollo aborden en forma simultánea las políticas de inclusión y de gobernabilidad representativa que den respuestas, el estado de derecho y la lucha contra la corrupción. Los programas deben cultivar los valores y las capacidades para la negociación pacífica y el diálogo, no solo entre los grupos marginados sino también en relación a lxs poderosxs para garantizar que los distintos niveles de gobernabilidad y administración respondan a esa invitación al diálogo.

Abordar la desigualdad estructural

Por más que los fundamentalismos religiosos se digan cercanos a nociones como «cultura», «identidad» y «tradición», la realidad es que los movimientos fundamentalistas también guardan una relación intrínseca con las desigualdades estructurales. Las políticas económicas neoliberales han generado desigualdad y eso a su vez alimentaron el poder de los fundamentalismos. La destrucción de la responsabilidad estatal por el bienestar social creó un terreno fértil para el ascenso de los actores religiosos conservadores. Allí donde los estados han dejado de prestar servicios esenciales como la atención a la salud y las escuelas, los fundamentalistas han cubierto ese vacío, obteniendo como recompensa la lealtad de las poblaciones a las que sirven y un acceso a nuevos canales para difundir su ideología.

Por eso es necesario que las organizaciones para el desarrollo no apoyen programas que disminuyan la responsabilidad estatal en cuanto a prestar servicios y proveer redes de seguridad social. Deben sumar sus voces a las que exigen modelos económicos alternativos centrados en la redistribución y la prestación de servicios por parte del estado y que le asignan un lugar central a los derechos de las mujeres y la justicia en sus políticas. También es fundamental que asuman un rol en cuanto a exigir rendición de cuentas a los estados, las instituciones financieras y las corporaciones por los efectos de sus políticas de derechos humanos y justicia de género.

Contar con lxs socixs adecuadxs

Muchas veces se piensa que se debe optar por las organizaciones religiosas como socias en el trabajo por el desarrollo, basándose en el supuesto de que tienen mejor acceso a la población y gozan del respeto de la comunidad, y también en ausencia de instituciones estatales con las cuales trabajar. Pero esos supuestos pueden carecer de fundamento. También se debe reconocer que asociarse con una organización le aporta legitimidad y acceso a recursos, además de apoyar su ideología incluyendo su ideología de género. La búsqueda de eficacia en lo inmediato a veces produce efectos negativos en el largo plazo.

Tras el terremoto que asoló a Pakistán en 2005 y las inundaciones ocurridas en 2010, las organizaciones humanitarias que se asociaron con grupos islamistas terminaron fortaleciéndolos. Existen informes documentados de cómo ONGI y la ONU entablaron relaciones de trabajo con grupos islamistas, incluyendo algunos vinculados a actividades terroristas en Pakistán en 2005, y distribuyeron ayuda y alivio a través de sus redes de contactos. Hemos visto cómo grupos religiosos que participan de intervenciones para el desarrollo cuyo objetivo es detener el contagio del VIH difunden mensajes «moralizadores» acerca de la sexualidad y el género que estigmatizan aún más a lxs trabajadorxs sexuales, personas usuarias de drogas y LGBTQI, sin tocar los factores que verdaderamente motivan la epidemia.

Es importante que las organizaciones para el desarrollo no elijan a sus socixs basándose solo en metas de corto plazo sino que prioricen los objetivos del desarrollo sostenible y la igualdad de género en el largo plazo. Dar prioridad a las posturas progresistas sobre derechos humanos, derechos de las mujeres e igualdad de género en la elección de organizaciones con quienes asociarse para iniciativas por el desarrollo es un paso fundamental para quitarles recursos y legitimidad a los fundamentalistas religiosos.

Apoyar a los movimientos de mujeres

Hace mucho tiempo que las organizaciones por los derechos de las mujeres están desafiando a los fundamentalismos religiosos. Ya tienen el conocimiento y las estrategias necesarias pero lo que les falta por lo general es apoyo financiero. Las organizaciones por los derechos de las mujeres tienen mucho menos recursos de los necesarios en términos absolutos y también en comparación con otras clases de ONG; muchas veces solo tienen acceso al financiamiento para proyectos que les permiten prestar servicios directos. Si bien en los últimos cinco años se han incorporado nuevos actores que aportan recursos a este sector, muchos están dirigidos a mujeres y niñas a título individual, lo que implica «regar las hojas y dejar morir las raíces», como lo describe un informe de AWID publicado en 2013.

Es importante que las organizaciones para el desarrollo puedan mirar más allá de los grupos tradicionales y buscar asociarse con actores que están en la región o en el país que les interesa, en particular con las organizaciones de mujeres que ya están trabajando en la resistencia contra los fundamentalismos. Es crucial que lxs donantes destinen recursos directamente a las organizaciones de mujeres que construyen y apoyan los movimientos autónomos de las mujeres. Considerando que esta tarea demanda mucho tiempo, será necesario que les aporten financiamiento por varios años y estructural. Recientemente hemos visto cómo algunas organizaciones donantes ya están adoptando este enfoque, y eso constituye un paso en la dirección correcta.

Ya existen evidencias sólidas de que el factor más importante para promover los derechos de las mujeres y la igualdad de género es la existencia de un movimiento autónomo de mujeres. Srilatha Batliwala, ha mencionado el «número significativo de evidencias (...) sobre cómo las organizaciones que ponen un fuerte acento en los derechos de las mujeres y la igualdad de género pueden 'mover montañas' en un período relativamente breve» cuando reciben apoyo para emplear las estrategias que ellas mismas han diseñado en lugar de los enfoques que les imponen lxs donantes. Los grupos por los derechos de las mujeres saben cómo resistir a los fundamentalismos y, cuando cuentan con el apoyo y los recursos adecuados, constituyen el factor clave para neutralizar a los fundamentalismos religiosos al mismo tiempo que cultivan la justicia y la igualdad sociales y de género.


Este artículo fue originalmente escrito y publicado para Open Democracy
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