Los recientes debates en el Reino Unido sobre la Ley de Reconocimiento de Género crean la ilusión de que una vertiente del feminismo es inherentemente anti-trans: el feminismo radical y lésbico. Así que dejemos las cosas en claro: las lesbianas siempre se han rebelado contra el binarismo de género y la represión sexual. Siempre hemos sido traidoras al esencialismo de género.
En realidad, la intimidad y la solidaridad con personas trans y con las luchas trans por los derechos, la justicia y el respeto están en el centro de nuestra historia y nuestras raíces, como feministas y lesbianas. Quisiera presentar algunos ejemplos de la trayectoria que ha moldeado mi propia identidad, mi experiencia y mi política.
Monique Wittig, una teórica feminista autoidentificada como lesbiana radical, sostuvo en su ensayo «El pensamiento heterosexual» (1979) que «las lesbianas no son mujeres». Explicaba que, dentro de un sistema heterosexual de pensamiento y economía, la categoría mujer tiene sentido sólo en relación con la categoría hombre. Esto es cualquier cosa menos pensamiento binarista del género.
Audre Lorde abre su biomitografía Zami: Una nueva forma de escribir mi nombre (1982) con las palabras «Siempre quise ser a la vez hombre y mujer». Imagina el triángulo de madre-padre-hijx estirándose en la tríada abuela-madre-hija, con su propio yo desplazándose en cualquier dirección o en ambas. Aquí, la fluidez de Lorde trasciende no sólo los límites patriarcales del género, sino también los de ascendencia, linaje generacional y tiempo.
En Stone Butch Blues (1993), una famosa novela de gran importancia para la cultura lésbica, Leslie Feinberg cuenta la historia de Jess, una butch de clase obrera que tiene una relación complicada y evolutiva con su identidad de género. Este libro está lleno de amor y respeto por los personajes transgénero, y por quienes realizan trabajo sexual. Celebra las identidades y la cultura femme y butch, y fundamentalmente cuestiona las normas y restricciones de la masculinidad y la feminidad.
Estas no son excepciones. Sin embargo, mucha gente cree que el feminismo radical choca, en forma inherente, con los derechos, el reconocimiento y el respeto de las personas trans. O bien piensa que ser una feminista radical implica rechazar los movimientos por los derechos de lxs trabajadorxs sexuales. En algunos círculos feministas, ser anti-trans (así como ser anti-derechos de lxs trabajadorxs sexuales) es una práctica de pertenencia. Ser «radfem» (abreviatura de «feminista radical») se convierte en un club. Pertenecer a este club trae aparejado un conjunto de posiciones ideológicas que no pueden ser cuestionadas, si se quiere seguir siendo parte de él.
Como resultado, nuestro legado es manipulado y reescrito, y se nos deja con una versión estrecha, censurada, tergiversada y en gran parte transfóbica de las teorías y los movimientos radicales y feministas lésbicos. Así, generaciones de feministas ignoran las ideas, teorías y políticas revolucionarias sobre género y sexualidad que nos aportó el feminismo radical y lésbico.
Lo exquisito de este feminismo es que, centrándose en las mujeres, ha cuestionado en forma reiterada lo que significa ser una mujer dentro de una sociedad patriarcal y heteronormativa, y ha concebido la futura liberación del sistema binario de género y sexualidad. Esta es la idea central del manifiesto del grupo Radicalesbians «The Woman Identified Woman» («La mujer identificada con la mujer») -1970 - por ejemplo.
Los debates sobre la Ley de Reconocimiento de Género han sugerido erróneamente que existe un potencial conflicto de intereses entre las mujeres trans y las mujeres cis. Esta idea aparece a menudo con una manipulativa demanda de «diálogo», que ofrece una apariencia de cortesía. El diálogo, sin embargo, sólo es posible si partimos de una posición fundamental de solidaridad inquebrantable y de genuina preocupación por el bienestar de cada unx, y si reconocemos la humanidad de lxs otrxs sin reservas, en forma incondicional. Este no ha sido el caso en estos debates.
En definitiva, apoyo los movimientos trans y la lucha por los derechos de lxs trabajadorxs sexuales debido a (y no a pesar de) mi feminismo radical, y a mi identidad y mi experiencia de vida lésbicas. Obviamente, no soy la única. Numerosas expresiones de solidaridad transmiten este mismo mensaje, como por ejemplo la masiva manifestación en línea de muchas lesbianas cis con el hashtag #LwiththeT. A nivel político, hemos visto también desarrollos positivos en todo el mundo. En octubre de 2018 el Parlamento uruguayo aprobó una ley sobre los derechos de las personas trans, que incluye un proceso para la autoidentificación en documentos oficiales y una pensión para quienes fueron perseguidxs por la dictadura militar uruguaya hace algunas décadas. El mes pasado las organizaciones feministas que están trabajando sobre justicia tributaria y políticas fiscales feministas publicaron una declaración de solidaridad con las personas trans (que AWID, la organización en la que trabajo, firmó con orgullo).
No resulta sorprendente que en el Reino Unido la reacción contra los derechos de las personas trans aparezca en un momento de retroceso global respecto de los derechos de las mujeres, que a su vez está conectado con la intensificación de los fascismos y el auge de la derecha en muchos países del mundo. Este es un poderoso recordatorio de nuestro interés común: la destrucción del patriarcado, con su sistema binario de género y sus múltiples formas de violencia y opresión. Frente a un contexto político alarmante, depende de nosotrxs crear nuestras propias realidades feministas, aquí y ahora. Para esto nos necesitamos unxs a otrxs. Como afirman las Radicalesbians, «juntas debemos encontrar, reforzar y validar nuestros seres auténticos». Esto era válido en la década de 1970, y sigue siendo válido hoy.