La semana pasada, más de 4 millones de personas en 185 países participaron en la mayor protesta por el cambio climático de la historia. Lideradas por niñas y jóvenes, las protestas fueron el resultado de décadas de evidencia creciente y tangible del colapso ambiental, de estudios científicos sólidos, y de la duradera construcción de movimientos de base a favor de alternativas justas y sostenibles por parte de las comunidades en primera línea.
En el Sur global y en el Norte colonizado, estratificado racial y económicamente, las mujeres, las personas +LGBTIQ y otras comunidades marginalizadas son las primeras en sufrir y morir a causa de catástrofes cada vez más comunes relacionadas con el clima. El cambio climático incrementa el riesgo de daño para mujeres y niñas: desde el acceso desigual a la atención de la salud y los recursos, hasta un mayor peligro de violencia sexual, explotación sexual y abuso, tráfico, y violencia doméstica.
Las personas +LGBTQ ya se enfrentan a una exclusión y violencia desproporcionadas en casi todo el mundo y, a menudo, deben huir de sus hogares debido a los conflictos o rechazos familiares. En los lugares donde existen refugios para personas sin techo, las personas +LGBTQ están expuestas al peligro adicional de la violencia homofóbica y transfóbica; en general, lxs trabajadores y asistentes sociales no están preparadxs para abordar esta violencia, y las personas +LGBTQ son nuevamente empujadas a las calles. En el contexto de un desastre climático, cuando la vivienda el primer ámbito de pérdida y el más importante, esto crea una amenaza existencial a una escala diferente para aquellas personas y comunidades cuya supervivencia ya es precaria.
Sin embargo, los movimientos indígenas, anteriormente esclavizados, y los movimientos anticoloniales vienen resistiendo y construyendo alternativas. Imeh Ekemini y Abeni Asantewaa, activistas del Black/People of Colour Environmental and Climate Justice Collective [colectivo por la justicia ambiental y climática de personas negras y de color] de Berlín, señalaron que hace muchos años que la crisis climática es una realidad para muchas personas y muchos ecosistemas del Sur global. Hoy en día vemos ciclones en Mozambique y Zimbabue, y continuos incendios forestales en el Amazonas y Angola. Pero las economías de guerra y la extracción forzada de recursos con fines de lucro, que llevan siglos y que han provocado nuestra actual crisis climática, fueron posibilitadas por el esclavismo y la colonización.
Ekemini y Asantewaa nos recuerdan que, de manera análoga, la resistencia anticolonial hace tiempo está entrelazada con la protección ambiental. Con saberes ancestrales y prácticas innovadoras, las comunidades indígenas, negras, racializadas y del Sur global han luchado siempre por los derechos territoriales contra la deforestación a gran escala y la sobreexplotación de los recursos.
Y las mujeres y las personas +LGBTQI siempre han estado a la vanguardia de esta lucha. Por ejemplo, las hermanas Kanahus Manuel y Mahuk Manuel de la agrupación Secwepemc Women Warriors [guerreras shuswap (secwepemc) de la Columbia Británica] lideran la resistencia contra la expansión de un oleoducto de crudo en territorio secwepemc que no ha sido cedido, en el norte de la Isla Tortuga. (Isla Tortuga es el nombre que los pueblos originarios del norte del continente dan a lo que conocemos como Norte América. En este caso sería un territorio en Canadá.)
Como parte de una comunidad indígena que promueve la preservación y la resistencia, las hermanas viven la conexión entre la tierra, los alimentos, los derechos humanos, las prácticas de parto tradicionales y el derecho a la autodeterminación de su pueblo. «No se trata solamente de detener la construcción de un oleoducto», dice Kanahus. «Es proteger nuestra tierra, nuestro territorio.»
Estas conexiones son también evidentes del otro lado del océano. En Sudáfrica, Margaret Mapondera de WoMin, una alianza africana de género y contra el extractivismo que trabaja con mujeres, comunidades afectadas por la minería y campesinxs, señala los vínculos entre los recientes ataques xenófobos en Sudáfrica y la crisis climática.
«No podemos hablar de xenofobia en el contexto sudafricano ni en ningún otro, sin hablar sobre la crisis climática (catástrofes como los ciclones Idai y Kenneth que golpearon fuertemente partes del sur de África en marzo y abril de este año, las continuas y crecientes sequías, la merma de la biodiversidad y la escasez de agua) y los costos directos e indirectos, y la violencia que sufren las mujeres debido a esta situación», dice Mapondera.
«No podemos hablar de ninguna de estas cosas si no entendemos que la crisis climática es causada y exacerbada por un modelo capitalista de desarrollo que prioriza el lucro (la extracción y la explotación ilimitadas de los recursos minerales, y la quema de combustibles fósiles), a costa de las personas y el planeta.»
En Chennai, India, lxs activistas de la huelga climática «Save Chennai Wetlands» [«Salvemos los humedales de Chennai»] advierten que el aumento del nivel del mar inducido por el cambio climático amenaza la subsistencia de las comunidades pesqueras artesanales de pequeña escala. «La economía pesquera depende de las mujeres de la comunidad, que tienen un papel vital en los mercados y el comercio, agregando valor y garantizando la seguridad alimentaria de las familias», dice la activista Pooja Kumar. «El colapso de los ecosistemas de humedales costeros debido al impacto del cambio climático provocará la pérdida de la subsistencia, y tendrá impactos adversos sobre la seguridad alimentaria.»
Amparo Miciano, Secretaria General de la National Coalition of Rural Women of the Philippines [coalición nacional de mujeres rurales de Filipinas] y coordinadora de la Women in Emergencies Network [red de mujeres en emergencia], agrega que la emergencia climática intensificará los actuales peligros que enfrentan las mujeres más vulnerables.
«Las mujeres rurales (campesinas, pescadoras, indígenas y trabajadoras agrícolas) experimentan en forma diferente los impactos del cambio climático, debido a las relaciones de poder vigentes (histórica y estructuralmente desiguales) entre varones y mujeres. Las mujeres, en especial en las comunidades rurales de Filipinas, experimentan y sienten los impactos del cambio global, y reaccionan de distinta manera. Necesitan ser escuchadas. Si exigimos justicia climática, debería haber también justicia de género.»
Para Ekemini y Asantewaa, el llamado es urgente, y el mensaje es claro:
«Necesitamos un movimiento climático interseccional, y una política climática que incluya perspectivas decoloniales, feministas queer, y ecológicas.»
«Exigimos el fin de esta forma de vida explotadora en desmedro de los ecosistemas y las personas del Sur global. Exigimos el reconocimiento de la responsabilidad por las históricas emisiones de gases de efecto invernadero y sus consecuencias. Exigimos el reconocimiento del cambio climático como motivo de huida.»
La huelga climática global de septiembre de 2019 dejó bien en claro la extrema urgencia que afecta a nuestra supervivencia colectiva. No perdamos ese sentido de urgencia. Profundicemos nuestra comprensión del modo en que esta lucha está conectada e incorporada en los actuales movimientos por la supervivencia y la justicia. Fortalezcamos esas conexiones y, frente a esta amenaza existencial, renovemos nuestro compromiso de construcción de alternativas justas, anticoloniales y feministas.