I.
El verano posterior a mi duodécimo cumpleaños, llegamos con mi familia a la pequeña isla de Antigua, en el Caribe.
Recuerdo el avión 747 de British Airways abriéndose paso entre las nubes. Desde la ventanilla del avión podía ver el mar azul transparente, las colinas verdes y las casas de colores brillantes salpicadas sobre el paisaje. Sentía curiosidad por la gente que vivía allí, sus gustos, aromas, sonidos y por la vida que yo misma tendría en la isla.
«¡Mira mamá!» Susurré.
«¡Mira el mar! Es tan azul. ¿Lo ves? ¿Lo ves?
«¿Vamos a regresar a Nigeria alguna vez? ¡Se ve tan distinto! ¿Vamos a vivir aquí ahora?» Agregué con mi curiosidad de niña.
Recuerdo que, en aquel preciso momento, vi en los ojos de mi madre una mirada ausente como nunca había visto antes o acaso nunca la había notado. En sus ojos vi una mezcla extraña de tristeza, temor, entusiasmo, ansiedad, valentía, amor, fuego, incertidumbre, ánimo y energía.
No sé con seguridad si existe una palabra (al menos en inglés) para describir una mezcla de emociones como esta.
«Sí», respondió, dirigiéndose con suavidad hacia mi hermano y a mí.
Seguimos su mirada mientras observaba por encima nuestro a través de la ventanilla y se perdía en la distancia.
«Sí, lo veo», dijo.
«Este será nuestro hogar. Este será nuestro hogar por ahora».
Recuerdo esas palabras porque en ellas yace la valentía de una mujer que estaba comenzando todo de nuevo; la historia de una mujer a quien la vida le había repartido cartas difíciles, pero para quien el horizonte se desplegaba lleno de oportunidades.
La primera noche que pasamos en nuestro nuevo hogar, mi madre nos dio de comer a mi hermano y a mí arroz blanco hervido, un guisado (de cebollas, tomates y pimiento picante fritos) y plátanos. Recuerdo que cerré los ojos para saborearlo y entonces vi imágenes de mi padre fallecido, sonriendo y riendo, ya que ese era su plato favorito. El guisado picante y la carne hervida también me retrotrajeron a Londres, donde habíamos vivido durante algún tiempo, y donde mi tío se hacía cargo de la cocina y creaba esta misma comida para mis primas, primos y yo. «Los hombres también deben saber cocinar», nos decía riendo efusivamente y echando por tierra la noción según la cual los hombres africanos no cocinan.
Yo crecí con esta comida, estos sabores, estas ideas y así se convirtieron en parte de la persona que soy.
II.
Al crecer entre el continente y el Caribe, la «comida» y, por extensión, el arte de prepararla, ha pasado a ser una suerte de símbolo de hogar, de bienestar, de memoria.
Recuerdo descubrir el plato nacional de Antigua: un guisado espeso de vegetales llamado pepperpot que en general va acompañado de fungi (que se pronuncia «fun-yi»), un plato similar a una polenta blanda, y preguntarme por qué a esta versión de la sopa okra y de camote molido que comía de niña en Nigeria, le faltaba tanto aceite de palma y pimiento, sin conocer, en ese momento, todo el recorrido que han tenido estos alimentos de un corazón a otro y de una mano a otra de mis ancestros.
Verán, los libros de historia nos dicen que más de un millón de africanas y africanos fueron arrancados de su hogar y transportados como esclavos al Caribe. Pocas veces, sin embargo, escuchamos la historia de los ingredientes y las recetas que ayudaron conservar la memoria del «hogar» en los arduos viajes a través del Atlántico negro. Escasean los relatos acerca de cómo la sopa okra se convirtió en pepperpot, acerca de cómo el camote molido, el garri, el tuwo masara, el sadza y el fufu se transformaron en fungi, y acerca de cómo el plátano se volvió un ingrediente básico para muchos hogares africanos de toda la diáspora.
Como los pueblos africanos, nuestros alimentos (sus aromas, texturas y sabores) tienen su propia historia. Son las historias encontradas en la tienda jamaiquina de comestibles que vende camote, pimientos y cacahuates en Toronto; la tienda senegalesa de Brooklyn, y la tienda nigeriana en la carretera Kilburn de Londres que vende aceite de palma, vernonia y semillas de egusi.
III.
En mi paso a la adultez, las historias de los alimentos ocupaban un lugar importante en mi trabajo organizativo y comunitario.
En la universidad, cuando tenía 17 años y en las tantas noches frías y solitarias que pasé en Montreal, eran el sonido y el aroma del plátano mientras se freía, el de las especias cociéndose al fuego y el del arroz que hervía los que me daban una sensación de bienestar, una especie supervivencia, una suerte de proximidad con los muchos hogares que había dejado atrás. Eran estos alimentos en torno a los cuales lxs estudiantes de todo el continente y la diáspora nos reuníamos para compartir historias, nuestras similitudes y semejanzas.
Juntxs, al compartir la comida caliente en nuestros diminutos apartamentos intercambiábamos ideas, visiones colectivas, sueños, e historias de Haití, el Congo, Brasil, Toronto, Londres, Gambia, Ghana, Trinidad, Jamaica. Cocinábamos frijoles negros y arroz, roti y curry, pollo especiado, pescado frito y nutríamos nuestro espíritu en un entorno que sabíamos nos era poco amistoso.
Para todxs, forasterxs en tierra extranjera, estas comidas y reuniones eran casi literalmente recetas de supervivencia.
IV.
Los alimentos, y por extensión, la práctica cultural y artística de cocinar habla de muchas formas sobre la diversidad de experiencias de la gente negra, y a la vez, entraña un importante significado cultural acerca de quiénes somos y de dónde venimos.
Habla también de las múltiples formas en que nuestras identidades se cruzan y la forma en que la sociedad nos asigna raza y género. El proceso de preparar y compartir los alimentos pone en juego profundas experiencias intelectuales, espirituales y emocionales.
A lo largo del tiempo y el espacio, las escritoras negras a través de nuestra poesía, música y la magia han hablado sobre el rol comunitario de los alimentos y su importancia para congregar a la gente negra para la resistencia y supervivencia.
Por ejemplo, Kyla Wazana Tomkins escribió «la boca negra habla, ríe y come ante el deseo violento de la supremacía blanca; de hecho, el decir, el reír y el comer se unen como tropos de la presencia y la resistencia cultural negras».[1]
En la novela, Sassafrass, Cypress and Indigo, Ntozake Shange escribe sobre la magia del índigo mientras fabrica muñecas con calcetines que rellena «con frijoles rojos, arroz, aserrín u hojas de palma...»[2]
La poeta Nikki Giovanni escribe sobre «alimentos para el alma», la comida como medio para volver a crearnos.
Y en la tradición de estas voces y de muchas otras, estoy encantada de formar parte de una comunidad que está dándole cuerpo conceptual a las «Libertades Nutricias», un evento comunitario incluido en el histórico Foro de Feminismos Negros que se celebrará en Bahía, Brasil, en el mes de septiembre (con anterioridad al Foro AWID).
Como evento, experiencia y proceso, «Libertades Nutricias» ofrece conversaciones sobre el modo en que los alimentos de nuestras comunidades han funcionado como sitio de resistencia, creatividad y nutrición. Entre las ofertas del evento encontramos intercambios, narraciones y arte escénicoperformances donde participan voces como las de la gastrónoma brasileña Angélica Moreira, la autora nigeriana Akwaeke Emezi, la poeta dub jamaiquina d’bi young anitafrika, DJ Afifa Aza y muchas más.
Este espacio de celebración y de creación conjunta integra un programa cultural más amplio denominado LIENZO NEGRO | REVERBERACIONES DE LIBERTAD – Bahía curado en conjunto por NSOROMMA y el Grupo de trabajo del Foro de Feminismos Negros. Con la poesía, la gastronomía y las artes visuales, la música, el cine y el movimiento, LIENZO NEGRO | REVERBERACIONES DE LIBERTAD – Bahía pondrá el acento en las formas en que las feministas negras de todo el mundo imaginan y crean juntas futuros colectivos.
Invitamos a todxs a sumarse a la mesa, a comer con nosotrxs, a sentarse junto a nosotrxs, aprender con nosotrxs, a crecer con nosotrxs... a estar con nosotrxs mientras creamos juntxs y nutrimos nuestros Futuros Feministas Negros.
Para conocer más acerca de cómo asistir a LIENZO NEGRO | REVERBERACIONES DE LIBERTAD – Bahíaa, puedes escribirnos a: bff@awid.org
Sobre la autora
Amina Doherty es una activista feminista nigeriana. Sostiene varias plataformas de medios comunitarios y a su activismo le suma la pasión por la música, el arte, los viajes, la fotografía, la moda y la poesía. Twitter || @Sheroxlox
El presente artículo llega a ti por cortesía del Foro de Feminismos Negros.