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El virus más letal no es COVID-19

El pánico creciente y el miedo que rodea la pandemia de COVID-19 es palpable en todo el espectro social.

El Gobernador de California, el Estado donde vivo, ha ordenado a todo el Estado ¨refugiarse en casa¨ por el futuro previsible, lo que significa que podemos salir de casa solo para tareas esenciales. Sí, el virus aún no se conoce y controla por completo; sí, la incidencia de la infección está aumentando y no se puede predecir con precisión; sí, este virus causa la muerte. Y sí, debemos seguir lavándonos las manos y tomando otras precauciones, como mantener la distancia física. También tenemos que practicar la solidaridad social. Esto implica involucrarnos en la ayuda mutua, en el apoyo a lxs trabajadorxs de la salud, y encontrar modos efectivos de ayudar a trabajadorxs y familias en situaciones precarias y a los pequeños negocios que corren el riesgo de no sobrevivir. Al mismo tiempo, debemos seguir socializando virtualmente a través del baile, los conciertos de música, las veladas y otras reuniones creativas, inspiradoras y divertidas.

¿Pero es el "coronavirus" realmente la mayor amenaza que enfrentamos en los Estados Unidos hoy?

Enfáticamente: ¡No! Otro virus peligroso infectó nuestros corazones y almas mucho antes que esta pandemia actual. Sus estructuras son el individualismo, la política de la escasez y la economía de mercado, mezcladas con el racismo, la misoginia y el militarismo, entre otros flagelos. Este virus nos ha convencido a muchxs de nosotrxs de que todo lo de valor es escaso, y también de que no se compartirá de manera equitativa o justa lo que sea que haya. Debemos competir por lo que necesitamos y "que gane quien compite mejor".

Este virus nos ha hecho jurar lealtad al capitalismo, que dirige nuestras "necesidades" y nunca deja de beneficiarse de la miseria y del sufrimiento humanos. Según Oxfam, en 2018, 26 personas tenían la misma riqueza que la mitad de la población mundial: casi 4 mil millones de personas.

Este virus, que es más destructivo, se propaga a lo largo de muchos vectores.

Activa el racismo, el etnocentrismo y el patrioterismo para explicar eventos inesperados o fenómenos aparentemente nuevos e inexplicables. Por lo tanto, se dice que estamos infectados por el "virus Kung flu" (juego de palabras con el término ‘gripe’ en inglés), "el virus extranjero", y nos advierten que debemos tener cuidado con lxs "terroristas musulmanes", "ilegales (mexicanxs)", “la gente de los botes”, y así. Estos chivos expiatorios aparecen con el pretexto de servir a un propósito ostensiblemente mayor, como la "protección".

Este virus nos anima a creer que nuestro dolor y sufrimiento son los más extremos, los más importantes y los más merecedores de simpatía y acción inmediata, sin tener en cuenta la escala de sufrimiento, enfermedad y muerte en todo el mundo. En su etapa latente, este virus permite a muchas personas en los Estados Unidos ignorar el inmenso sufrimiento de las personas de este país y de otros lados, porque “sabemos” y creemos que no podemos, ni seremos, afectadxs. Caminamos y pasamos junto a personas que viven en las calles, en tiendas de campaña improvisadas y "habitaciones" construidas de cartón. Cerramos los ojos y  excusamos la violencia con armas de fuego. Del 1 de enero al 7 de marzo de 2020, mientras se desarrollaba la pandemia de coronavirus, más de 7,000 personas murieron por la violencia con armas en este país.

Muchos desastres que ocurren en otros lugares, simplemente, no los registramos.

La Organización Mundial de la Salud estimó 220 millones de casos de malaria en todo el mundo en 2018, con 405,000 muertes, principalmente, en el continente africano. Dos millones de palestinos han sido encarcelados y, a todos los efectos, "puestos en cuarentena militar" con total apoyo de Estados Unidos, durante 12 años, en Gaza, una de las zonas más densamente pobladas del mundo. Viven con acceso extremadamente limitado a atención médica, agua limpia y electricidad. El ochenta por ciento de ellos depende de la ayuda humanitaria. Actualmente, más de 50 mil niños están detenidos por las agencias de inmigración de Estados Unidos. Millones de personas, en su mayoría mujeres y niñxs, han sido desplazadxs dentro de sus propios países y obligadxs a huir de la violencia, la guerra y las crisis ambientales.

Las guerras dirigidas por Estados Unidos contra Irak y Afganistán han generado casi un millón de bajas. Las sanciones impuestas por Estados Unidos a Irán inhabilitan las posibilidades de este país para responder a esta crisis. Para que no piensen que solo estoy hablando de personas lejanas, nada más  hay que darse cuenta de cómo ignoramos a las casi 600,000 personas sin hogar frente a las que caminamos o pasamos diariamente, o los 15 millones de niñxs (es decir, el 20% de lxs niñxs de los EE. UU.), que viven en la pobreza, como lo define el gobierno.

Nuestros corazones infectados con virus no sienten dolor por estas personas

O por las personas indocumentadas a las que se continúa deportando, o por las personas pobres y de clase trabajadora en este país que no pueden permitirse el lujo de "refugiarse en su hogar". Estados Unidos constituye el 6 por ciento de la población mundial, pero consumimos al menos el 25 por ciento de los recursos del mundo, como si este fuera nuestro derecho. Nuestros medios de comunicación, centrados en Estados Unidos, avivan nuestros temores. No es de extrañar que las personas acumulen papel higiénico y productos enlatados como si estas paliativas pudieran tratar el problema que enfrentamos. No es de extrañar que nuestros temores se manifiesten como maldad.

Aquí está mi receta para curarnos a nosotrxs mismxs.

Primero, debemos aceptar que todxs lxs seres son "parientes" y compartimos un destino común. No hay escapatoria a este hecho, como nos muestra la pandemia actual. Esto requiere que cambiemos nuestros objetivos personales e individualistas a formas colectivas de relacionarnos con el mundo, y de compartir de manera justa y de prestar atención vigilante a cómo nuestro comportamiento impacta a lxs demás.

Lograr que nuestros corazones recuperen su estado más saludable requerirá que cambiemos a una economía compasiva y solidaria que genere medios de vida significativos y sostenibles y proporcione los recursos materiales necesarios para que todxs prosperen. Esta cura requiere políticas sociales universales, como la atención sanitaria integral, la educación y el cuidado infantil. Significa garantizar que todas las personas puedan habitar en un hogar adecuado

Un corazón sano es un requisito básico para poner fin a todas las formas de opresión, colonialismo y ocupación. Se necesitan corazones sanos para construir una democracia genuina (local, nacional, regional e internacionalmente), con control local de los recursos y una participación significativa de todxs en la toma de decisiones importantes. Solo los corazones sanos pueden adoptar una ética verdaderamente colectiva, compasiva y solidaria.

Hacerlo nos permitirá valorar a todas las personas, tener confianza en nuestro potencial para vivir de manera afirmativa y construir un núcleo personal fuerte que no dependa de la competencia y la dominación. Los corazones sanos son esenciales para valorar la compleja red ecológica que sustenta toda la vida y las generaciones venideras. Solo los corazones sanos pueden amar la vida profundamente.

Hace casi veinte años, el "9/11" fue un momento profundamente crítico para el pueblo estadounidense y para el gobierno. En ese momento deberíamos habernos detenido y reconocido que era tiempo de para aprender y transformar las condiciones que provocaron los ataques. En cambio, continuamos con "los negocios como de costumbre".  La pandemia de COVID-19 es una oportunidad semejante.

¿Podemos actuar de manera diferente esta vez, o simplemente repetiremos los devastadores errores del pasado?

 

Category
Análisis
Source
AWID