El hecho de que los estados de la Unión Europea estén desviando dinero de la asistencia internacional para recibir a refugiadxs ucranianxs va a tener como resultado la pérdida de vidas y de solidaridad
En mi primer día como voluntaria en la Estación Central de Trenes de Berlín, adonde están llegando las personas refugiadas de Ucrania, conversé con un compañero voluntario. Era un joven amigable de Siria que llegó a Berlín durante el período 2014-2015, cuando llegaron a Alemania muchxs refugiadxs sirixs. Me contó que en esa época recibió mucha ayuda de otrxs voluntarixs, y que ahora él mismo estaba en posición de ayudar a otras personas refugiadas huyendo de la demasiado conocida agresión letal de Rusia. Cuando terminó su turno como voluntario, él y su esposa alojaron a una familia (una mujer ucraniana con hijas adolescentes), para que pudieran dormir bien esa noche antes de tomar el próximo tren al día siguiente.
Observo con horror cómo continúan los crímenes de guerra rusos en Ucrania, y cómo la Unión Europea hace todo lo que puede para que esta clase de solidaridad orgánica entre personas refugiadas sea imposible. La táctica «divide y vencerás» nunca falla. En el caso de Ucrania, los estados de la Unión Europea ponen en práctica esta táctica tanto a nivel doméstico como global.
En términos domésticos, primero vino el «tratamiento preferencial» de lxs refugiadxs ucranianxs respecto de todas las personas refugiadas menos europeas y menos blancas. Quiero ser clara: ser una persona refugiada en la Fortaleza Europa (incluso en su forma más privilegiada) puede ser una auténtica pesadilla. En Alemania, por ejemplo, a las personas refugiadas de Ucrania se les otorga un estatus de refugiadx de guerra que brinda derechos y asistencia estatal que para muchxs refugiadxs de otras guerras (como Afganistán, Sudán, Iraq o Etiopía) son solo un sueño. En Polonia se les dio la bienvenida a 3 millones de refugiadxs de Ucrania, mientras que las personas refugiadas de Siria y otras regiones arrasadas por la guerra fueron abandonadas para morir en el bosque de la frontera con Bielorrusia y solo recibieron ayuda de activistas locales. De todos modos, incluso ser «bienvenida» como persona refugiada es una situación objetivamente difícil. Es sabido que la burocracia alemana traumatiza y destruye el espíritu de personas que estaban todavía enteras, incluso a pesar de la guerra. Dejar atrás tu vida, tu hogar y tu familia, y encontrarte solx en un país extranjero, constituye una tragedia humana.
La llamada «crisis de refugiados» no es la afluencia de refugiadxs: es la crisis de los sistemas de asilo, que son inhumanos y a menudo abusivos y crueles, y están diseñados no para recibir sino para rechazar a la mayor cantidad de personas posible. Estos sistemas pueden quebrar tu espíritu incluso si estás bien. ¿Qué decir entonces sobre las personas que están escapando de los horrores traumáticos de la guerra, la tortura, la pérdida del hogar o de los seres queridos, que es gente con historias de supervivencia frente a la extrema violencia y la opresión? Como ejemplo, pueden escuchar una muy necesaria verificación de la realidad en la voz de Marlize [en inglés], quien comparte su experiencia de atravesar el sistema de asilo alemán siendo negra, queer y trans.
Lo que hace Europa por las personas refugiadas de Ucrania debe convertirse en el mínimo absoluto, y no el máximo, del apoyo brindado a todxs lxs refugiadxs. Incluso con este apoyo estatal, es el infatigable trabajo de voluntarixs, de activistas de la sociedad civil y de redes sociales autónomas lo que salva y ayuda a las personas en sus recorridos por los laberintos burocráticos. Hay grupos informales de Telegram que estallan de solicitudes de asistencia, ya que la gente depende de sus congéneres para que la asistan y acompañen en el acceso a la atención de la salud y a la educación, por ejemplo. Esto vale especialmente para las familias romaníes que enfrentan una hostil discriminación, además del racismo institucional y cotidiano, cuando están en viaje y al llegar, así como para lxs estudiantes africanxs y de otros países del Tercer Mundo que están huyendo de la misma guerra de Ucrania pero son excluidxs de los mismos derechos y servicios si, para empezar, logran que se les permita entrar al país.
A nivel global, ahora los países europeos están desviando la asistencia internacional a países del Sur global para sí mismos, para cubrir los costos de recibir a personas refugiadas de Ucrania. Suecia ha desviado mil millones USD de asistencia internacional destinadas a causas vitales como el VIH y el SIDA, la vacunación y la sociedad civil del Sur global, y Dinamarca retiró más de 280 millones USD de países como Siria, Mali y Bangladesh. Esto configura una tendencia demostrada por los llamamientos para la recaudación de fondos de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA por su sigla en inglés): a la fecha, el llamamiento de emergencia para Ucrania ha alcanzado el 46,9% de su objetivo, Afganistán el 15,3%, y Yemen el 2,2%. Por otra parte, todo este dinero para Ucrania desaparece dentro de los megapresupuestos de organizaciones internacionales, y no va adonde debería: a las comunidades en la primera línea, a los grupos de base comunitarios y de mujeres, y a los equipos socorristas de Ucrania y sus países limítrofes. Muchos grupos feministas y de base de Ucrania están en dificultades para financiar el trabajo vital de sostener a sus comunidades, que atraviesan los traumas de la guerra y la violencia, incluyendo la violencia sexual y de género.
Este desvío de recursos costará vidas en todo el Sur global, ya que los servicios vitales que la gente necesita se les están siendo negados. También privará a las organizaciones de la sociedad civil y a los movimientos sociales de los recursos necesarios que requieren para salvaguardar los derechos humanos; para luchar por la justicia social, económica y climática; para eliminar la discriminación contra las mujeres y las personas LGBTQI+, racializadas y pertenecientes a minorías étnicas y a otras comunidades marginadas; para hacer responsables a las instituciones de poder por sus violaciones de los derechos humanos; y, finalmente, para hacer que los gobiernos funcionen mejor. Y este desvío, por supuesto, también costará dinero. Las personas que trabajan noche y día para mejorar su sociedad perderán sus trabajos, y las comunidades vulnerables que dependen de esos servicios se verán todavía más convulsionadas, enfrentando nuevas crisis que deberán ser resueltas.
La predisposición a desviar asistencia internacional antes de encontrar otras soluciones creativas (por ejemplo, una tributación más progresista) para resolver las deficiencias del sistema de asilo resulta sumamente elocuente. Después de todo, los estados europeos pueden dejar de brindar asistencia al Sur global, pero las corporaciones y las empresas estatales europeas nunca dejarán de extraer recursos naturales, explotar la mano de obra y obtener ganancias de distintas maneras en el Sur. A medida que los sistemas de inmigración y asilo se privatizan cada vez más, el dinero a menudo va directamente a las manos del sector privado, que procesa las solicitudes de visa o deporta refugiados con fines de lucro.
Mientras tanto, la política «divide y vencerás» separa a las personas refugiadas en categorías diferenciadas, rechazando a algunas y cooptando a otras. Dicha política debilita el recurso más importante para lxs refugiadxs de todo el mundo: la solidaridad. Vale la pena reiterar que lxs ucranianxs están recibiendo el mínimo del tratamiento decente y de derechos básicos que debería brindarse a todxs lxs refugiadxs: el derecho a permanecer, a trabajar, a acceder a los servicios de salud, de educación y sociales. Y lxs ucranianxs ciertamente no son responsables del violento racismo de los sistemas de asilo suecos, daneses, alemanes o polacos. Esto resulta de una transparencia cristalina en las palabras de lxs refugiadxs sirixs, que dan testimonio del tratamiento mucho peor que han recibido al llegar, y que de todos modos expresan fuerte afinidad, empatía y solidaridad con lxs ucranianxs. Incluso muchxs ucranianxs refugiadxs han manifestado, ellxs mismxs, su oposición a la segregación racial en las fronteras, demandando un tratamiento igualitario.
Claramente, las enseñanzas que dejó la pandemia global respecto de la interconexión de nuestras vidas y nuestros destinos en este mundo han sido olvidadas, en el caso de que hubieran sido realmente aprendidas. El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas ya ha informado que el alza de los precios de los alimentos, causada por la guerra rusa contra Ucrania y otros factores, lxs ha forzado a «gastar setenta millones de dólares estadounidenses más por mes para comprar la misma cantidad de comida que el año pasado». Cuando los países europeos desvían la asistencia internacional de esta manera, hambreando a lxs beneficiarixs de la ayuda del Sur global para cubrir las necesidades de lxs refugiadxs del Norte, siembran la injusticia y preparan en camino para nuevos y viejos desastres, y para que más personas se vean obligadas a buscar refugio.
Como feministas y activistas por la justicia social y los derechos de las personas migrantes, ya sea que estemos luchando contra el imperialismo ruso o contra otros poderes coloniales e imperiales en todo el mundo, todxs estamos enfrentando el desafío de crear y salvaguardar la solidaridad recíproca ante los sistemas y las instituciones que nos destrozan. Estos son sistemas que nos otorgan diferentes conjuntos de derechos y privilegios, que legalizan a algunxs de nosotrxs y criminalizan a otrxs. Sistemas que ponen nuestras vidas en pugna con las de otras personas, en un cruel e innecesario juego del hambre de suma cero. Pero incluso si la poca memoria de las instituciones estatales las ha llevado a olvidar cuán interconectadxs estamos y cuán interdependientes somos, cuán crítica es la solidaridad para sobrevivir en tiempos difíciles, nosotrxs lo recordamos. Nosotrxs, y en particular aquellxs de nosotrxs que estamos habituadxs a cuidar de nuestras comunidades en tiempos difíciles y a depender unxs de otrxs más que del Estado... nosotrxs recordamos.