El activismo gordo es un campo político con más de 50 años de existencia en los EE.UU. y otros países angloparlantes, ligado al movimiento de los derechos civiles, cierto feminismo y lesbianismo radical, entre otros activismos. En los últimos años ha comenzado a tener existencia propia en algunos países de América Latina.
AWID conversó con Laura Contrera, activista de la diversidad corporal, sobre qué es el activismo gordo y sobre el libro «Cuerpos sin patrones» del que es co editora.
AWID: ¿Dónde podríamos situar los orígenes del activismo gordo y sus razones de ser?
Laura Contrera (LC):
Desde finales de los años ‘60, activistas en el mundo angloparlante, muchxs de ellxs feministas, lesbianas radicales, trans y queer, han denunciado la estigmatización de las personas gordas y la complicidad de la industria de la dieta y el saber/poder médico con la difusión de la obesidad como un peligro social per se. También han recuperado la potencia de la palabra gordx para autonombrarse, mutando el insulto en resistencia tal como lo han hecho otras minorías como las tortas y maricas, lxs queer, cripple (personas con discapacidad), entre otrxs.
Si bien, como dice Jennifer Lee, el activismo de la gordura no resuelve necesariamente la compleja relación que lxs individuxs tienen con sus cuerpos, ha contribuido a crear una comunidad y una narrativa alternativa en una sociedad bombardeada con “la epidemia de la obesidad” y el odio a la carne desatada.
Este movimiento de activismo centrado en la gordura se distancia de cierto feminismo que se ha ocupado de la opresión estética de las mujeres. Pues en las últimas décadas del pasado siglo, algunas feministas y teóricas afines se ocuparon de la distorsión de la imagen corporal que padecen muchas mujeres o de los trastornos alimentarios, pero lo han hecho afincadas en el privilegio de ciertas corporalidades femeninas (blancas, cisexuales, heterosexuales, no discapacitadas, de clase media), dejando de lado la especificidad de la experiencia de discriminación, injuria y fobia que sufren las personas con alto peso corporal y las intersecciones de los distintos ejes de dominación/opresión.
En el libro «Cuerpos sin patrones» hay una traducción de un texto de Charlotte Cooper donde se habla de estos orígenes y estas relaciones conflictivas con el feminismo, y también incluimos otros textos considerados fundacionales de este movimiento.
AWID: ¿De qué manera afecta la policía de los cuerpos a la diversidad de los cuerpos?
LC: Si bien los seres humanos venimos en todos los tamaños, colores y tallas, además de todas las posibilidades de orientación sexual e identificación de género, lo cierto es que los cuerpos que se salen de las normas hegemónicas despiertan gran ansiedad social. A la necesidad de señalamiento constante de la falla en corporizar lo que socialmente se espera en materia de género, orientación sexual, peso, etc., sea bajo la forma de la injuria, la discriminación o el consejo bienintencionado, lo llamamos «policía de los cuerpos».
La inquisitoria persistente de esta policía sin uniforme violenta y estigmatiza profundamente a las personas, quienes a veces sienten que tienen la responsabilidad de evitar la agresión y el estigma transformando sus cuerpos o sus conductas para adaptarse a los patrones corporales imperantes. Asimismo, este control policial clausura la posibilidad de admitir la fascinante diversidad humana.
AWID: ¿Quiénes o desde dónde se fijan esos patrones corporales imperantes? ¿De qué se tratan esos patrones?
LC: Esos patrones hegemónicos surgen de algo que podemos denominar «dispositivo de corporalidad», que es un concepto acuñado por lxs teóricxs Flavia Costa y Pablo Rodríguez, basados en la idea foucaultiana de dispositivo. No hay mentes macabras detrás de los dispositivos, sino que son un conjunto de prácticas, saberes, instituciones, leyes, etc., que interactúan en forma de red, definiendo para una época los estándares de salud, belleza y normalidad corporal. Que no haya un plan deliberado detrás del dispositivo no quiere decir que no haya quienes se beneficien de los patrones corporales e ideales normativos, claramente, la industria médica de la dieta es la gran beneficiaria de este modelo.
En las sociedades actuales del sistema hetero-cis-capitalista hay un imperativo de la vida saludable que obliga a cuidarse, mejorarse y ejercitarse para encajar en los patrones de normalidad. Todo en pos de una presencia digna de ser vista, elogiada y valorada como productiva y apta en términos del mercado. Si bien no resulta históricamente novedoso el menosprecio social de los cuerpos gordos con sus marcas de género, edad, clase, raza, condición social, (dis) capacidad, etc., el volumen corporal es percibido desde el siglo XX en adelante como exceso (de carne o grasa) y falta (de cuidado o voluntad). La misma caracterización le cabe al sistema económico actual, lo cual no deja de ser algo para pensar.
La gordura, hoy definida como una epidemia de alcance mundial, es un punto nodal del cruce entre el imperativo de salud y las técnicas de perfeccionamiento del cuerpo como el ejercicio intensivo, las dietas restrictivas, los tratamientos estéticos, cosméticos y quirúrgicos y otras formas de modelación corporal. Pero la gordura no es como cualquier otra enfermedad, se la asocia al consumo excesivo de alimentos tanto como al deficiente (una cuestión de clase y de pobreza), pero también al modo de vida nocivo de seres sin voluntad que eligen, por defecto, el sedentarismo y la mala calidad alimentaria. Asimismo, la presencia o ausencia de grasa habilita el pase al equipo de los cuerpos patológicos/indeseables o normales/deseables , cosa que no es un dato menor.
AWID: ¿Cómo enfrenta el activismo gordx a la patologizacion de los cuerpos?
LC: La patologización de adultxs y niñxs gordxs significa etiquetarlxs como enfermxs basándose exclusivamente en su tamaño corporal y un peso específico considerado excesivo, según estándares universales que han variado históricamente por razones económicas más que científicas. Si observamos la historia del Índice de Masa Corporal (IMC), que es con el que miden para saber si tenés sobrepeso o algún grado de obesidad, este se relaciona con la medición de riesgos a través de tablas para las compañías aseguradoras, no con datos científicos.
Estos diagnósticos operan con el fin de perpetuar distinciones normativas entre experiencias del peso corporal considerado saludable y otras experiencias consideradas patológicas, y obligan a las personas a encarnar un modelo ideal, asociado a un IMC determinado socialmente más que científicamente, independientemente de los múltiples factores que configuran cada cuerpo y sus trayectorias vitales. La línea divisoria entre el peso aceptable y el patológico no puede aplicarse automáticamente a todos los individuos sin considerar todas esas intersecciones.
Desde el activismo gordo sostenemos que el peso o la talla de una persona poco dicen sobre su estado de salud, sus hábitos alimentarios o su modo de vida. Sólo el prejuicio o el odio leen esos cuerpos de una manera unívoca. La activista norteamericana Marilyn Wann dice muy acertadamente que con mirar a una persona gorda lo único que podemos diagnosticar con certeza es el propio nivel de fobia a la gordura.
La patologización de todo tipo de gordura en sí misma es un obstáculo para poder superar las actitudes y estereotipos negativos acerca de la gordura que proliferan en la sociedad, así como las múltiples limitaciones que enfrentamos las personas gordas en todos los aspectos de la vida diaria: experiencias cotidianas de acoso verbal o físico, ridículo público o avergonzamiento por la forma corporal (bodyshaming), comentarios intrusivos de conocidxs y extrañxs sobre el régimen de vida que consideran adecuado, barreras espaciales y arquitectónicas, dificultades en el acceso al empleo y falta de oportunidades laborales, etc.
Aunque hay que ser cautelosxs en no reproducir acríticamente la asociación naturalizada entre patologización y estigma, como ha notado el activista Mauro Cabral recientemente en una nota para el suplemento argentino «Soy», la patologización de la gordura tiene un efecto intensificante de la estigmatización y discriminación que sufren las personas gordas. Y esto se expresa sobre todo en la inequidad en el acceso a la salud y en las dificultades del goce del derecho a la salud libre de discriminación y violencia. Como dice la activista británica Charlotte Cooper, cuarenta años de activismo gordo han demostrado que hay otras formas de promover la salud para las personas con alto peso corporal que poco o nada tienen que ver con regímenes o cirugías extremas, o prácticas vergonzantes e injuriantes. Por ejemplo, construir espacios y comunidades libres de violencia donde las personas gordas podamos expresarnos corporalmente a través de la danza, yoga, natación o cualquier otro deporte o disciplina estética, sin temor a la burla y al hostigamiento
AWID: Junto a Nicolás Cuello co editaste el libro «Cuerpos sin patrones» ¿De qué se trata? ¿Cuáles son los debates a los que invita?
LC: Nuestro libro[1] gordo emergió como un ejercicio y una apuesta de la afinidad, a raíz de la propuesta que me hizo María Luisa Peralta, de la editorial Madreselva, para compilar algunos textos activistas que venían circulando por Internet y fanzines, como el que hago desde el 2012, «Gorda! zine».
En la introducción del libro que escribimos con Nico decimos que esta compilación no pretende ser una cartografía exhaustiva del panorama del activismo gordo local o regional, sino que es una declaración geopolíticamente situada de un momento inaugural del activismo gordo sudaca, latino, punk y desviado. Se trata de un capítulo inicial de la más amplia historia política de los cuerpos sin patrones, e incluye por eso una serie de reflexiones sobre el impacto de conocer el activismo gordo que nos precede desde otras coordenadas geográficas y políticas, sobre el hecho de producir saberes activistas gordos aquí y ahora, sobre las relaciones con otros movimientos de la diversidad de género, sexual y corporal, etc.
También incluimos traducciones, tanto de textos históricos del activismo gordo, por ejemplo, el «Manifiesto de la liberación gorda», como de textos recientes de activistas y teóricxs de otras partes del mundo, con la profunda convicción política del valor de la traducción como práctica activista de tráfico, vandalismo, apropiación y relectura torcida de saberes otros.
El libro salió no sólo en el segundo semestre del gobierno conservador y anti-popular de Mauricio Macri, quien es un frío ejecutor de las medidas de recorte de lo que hemos dado en llamar con Nicolás Cuello neoliberalismo magro, también se inscribe en un contexto mundial de profundización de la xenofobia, el odio a las comunidades migrantes, disidentes sexuales, etc.
La lengua del patrón es hoy la lengua del ajuste, la deuda y el recorte: corta y recorta la grasa, los subsidios, los servicios sociales; los cuerpos pobres y grasos entran en posproducción y deben apretar el cinturón y evitar la voluntad eugenésica de exterminio de la diferencia.
[1] El libro tiene un Prólogo escrito por Mauro Cabral e incluye artículos de lxs activistas Lucrecia Masson, Lux Moreno, Canela Gavrila, y fue publicado por Editorial Madreselva.