Como el feminismo, la reducción de daños es una filosofía que nos alienta a deshacernos de la falsa distinción entre mujeres «buenas» y mujeres «malas».
Las personas que usan drogas enfrentan un enorme estigma y criminalización.
Esto es bien sabido. Sin embargo, los debates en torno a la política sobre drogas generalmente se centran en los hombres. Las experiencias de las mujeres, las personas trans y de aquellas cuya identidad de género difiere de la normativa que usan drogas se ven ignoradas y silenciadas, pese a que enfrentan desafíos particulares para acceder a la atención y el estigma de ser percibidxs como padres y madres no aptxs y como mujeres «caídas».
En mayo, participé en un encuentro que AWID (Asociación para los Derechos de las Mujeres y el Desarrollo) coorganizó en Berlín con feministas y mujeres que usan drogas de toda Europa y Asia Central. A ese encuentro llevamos experiencias y antecedentes muy distintos, pero teníamos un propósito en común: aprender unxs de otrxs y establecer una relación entre la política sobre drogas y el feminismo en la región.
Las mujeres compartieron sus experiencias con el uso de drogas, incluidas la vergüenza y la violencia del personal médico, la violencia sexual, la criminalización y el estigma en sus comunidades. Analizamos de qué manera el feminismo podría ayudar a presionar para obtener respuestas centradas en la singularidad de sus experiencias. Tres días y muchas conversaciones después, me convencí de que la política sobre drogas es un asunto feminista.
El feminismo nos insta a considerar las experiencias específicas de todas las mujeres, incluidas las de aquellas que usan drogas. Las mujeres enfrentan desafíos específicos debido a las estructuras opresivas en las que vivimos. Para las mujeres que usan drogas, sus identidades como mujeres y personas que usan drogas están entrelazadas.
Sería «imposible separar lo que para mí es más importante –aceptarme como persona, que disfruta de sustancias psicoactivas, o como mujer cuya transformación despierta temor en otras personas, y que para mí es un proceso gozoso», expresó unx de lxs participantes en el encuentro de Berlín.
Nos desafió a comprender que, cuando se usan de manera segura, las drogas pueden contribuir de forma positiva a la vida de las personas.
La reducción de daños, en lugar de la represión y el castigo, es una respuesta que nos permite poner en práctica los valores feministas. Hace a un lado el estigma del uso de drogas y a la vez reduce los efectos nocivos. Es una filosofía que abraza todo un conjunto de prácticas, incluidas el intercambio de agujas para reducir la transmisión de enfermedades y la facilitación de un entorno seguro para el uso de drogas y la evitación de la violencia u otras presiones.
Como el feminismo, la reducción de daños nos alienta a deshacernos de la falsa distinción entre mujeres «buenas» y mujeres «malas»: las que merecen apoyo y las que no. Rechaza las soluciones que consideran a las personas objetos desechables y explotables, y nos ayuda a comprender por qué las respuestas carcelarias no funcionan.
Este tipo de respuestas no acaban con el uso de drogas, sino que penalizan a las personas más marginadas de la sociedad y las vuelven más vulnerables. Recaen de forma desproporcionada en las personas negras, morenas, indígenas, trans, trabajadorxs sexuales, las comunidades pobres y otros grupos históricamente oprimidos que ya enfrentan mayores riesgos de violencia y criminalización.
La industria narco también debe ser interpelada, pues es cómplice de los niveles extremos de violencia contra las mujeres. Pero las respuestas militarizadas como la denominada «guerra contra las drogas» que encabeza los Estados Unidos coloca a quienes ya enfrentan distintas opresiones por su género, estatus migratorio, clase, raza y otros factores en el punto de mira de una violencia incluso más aguda. Las respuestas feministas deben reconocer todo esto.
Pese a que las mujeres que usan drogas además corren mayor riesgo de violencia doméstica y sexual, también se enfrentan a mayores obstáculos a la hora de acceder a algún tipo de apoyo. Pueden padecer humillaciones y discriminación para obtener atención médica, incluso durante el embarazo y el parto. Muy a menudo, se les trata como individuos sin autonomía ni dignidad.
Pueden ser excluidas de los refugios para sobrevivientes de violencia doméstica o arriesgarse a perder a sus hijxs si buscan ayuda. Lxs feministas han creado estos refugios para apoyar a todas las mujeres que experimentan violencia. Sin embargo, muchos de ellos no pueden brindar respuesta a las necesidades básicas de las mujeres que usan drogas. Cuando las mujeres no pueden acceder a algún tipo de ayuda en los refugios, suelen optar por quedarse en situaciones violentas y de abuso. Podemos y debemos mejorar la situación.
Alexandra* es una de las mujeres que conocí en Berlín. Ha usado drogas, incluidas cocaína y marihuana, de manera intermitente durante la mayor parte de su vida adulta. Son un elemento importante de su identidad, dijo, lo que le permite «vivir en armonía» consigo misma. Sin embargo, no puede compartir todo esto con sus familiares o amistades, debido a la reacción que podrían tener.
«Algunas personas te tratan con lástima, y la mayoría con desprecio y aversión. A veces piensas que la mejor opción sería morir de sobredosis», explicaba Alexandra, al describir la vergüenza y los juicios de valor que son el resultado natural de la política sobre drogas que estigmatiza y castiga a las personas que las usan.
En el país de Asia Central donde vive Alexandra, las mujeres detenidas por posesión de drogas se enfrentan a una decisión imposible: sobornar a alguien (si pueden acceder a algún dinero), ofrecer «favores» sexuales a agentes de policía, o la prisión.
En la mayoría de los países de la región, y en otros también, las respuestas son similares: las personas que usan drogas enfrentan violencia, sanciones y duras penas de prisión o incluso la muerte. Esto solo contribuye a perpetuar los ciclos de desigualdad y violencia.
Alexandra es una madre amorosa que trabaja arduamente, y le teme a las repercusiones en sus hijxs si las autoridades descubren que usa drogas.
Como feministas, debemos escuchar a las mujeres que usan drogas y defender soluciones como la reducción de daños que desafían los sistemas de opresión. Todas las personas tienen derecho a recibir respuestas centradas en la atención, la compasión y la autonomía individual.
* El nombre ha sido cambiado para resguardar su privacidad.
Fenya Fischler esta Coordinadora Co-creando Realidades Feministas. Actualmente reside en Londres, donde también participa en la organización feminista y antimilitarista y en la solidaridad con las personas migrantes.