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Transiciones de género: Una historia personal

Tangarr Forgart es unx activista trans* que trabaja con «Lavender Menace» en Ucrania


Imaginen una pequeña marimacho con cabello desaliñado y ceniciento que se ríe mientras trepa a la copa de un árbol o que, con la mirada seria, saca la lengua mientras se deshace un lazo nuevo. Esa era yo.

Infancia

Durante la infancia, las preguntas sobre mi identidad de género no fueron un problema, aunque cada vez que jugaba con otrxs niñxs yo siempre escogía personajes masculinos. Fui Robin Hood, un astronauta valiente, un Cazafantasmas (no podía decidir cuál de los cuatro Cazafantasmas me gustaba más, así que iba alternando entre ellos) o un pirata intrépido.

Sí, la infancia fue una época maravillosa  a salvo de los problemas relacionados con la identidad de género. Era solo yo siendo yo mismx, una criatura con una fantasía frondosa y un profundo sentido de la justicia. Casi siempre jugaba con varones, no porque me pensara como uno de ellos sino porque me resultaba más interesante. Casi no me llamaba la atención jugar a las muñecas y a las visitas, que a otras niñas les gustaba y a lo que intentaban arrastrarme. Pero en una ocasión decidí participar e incluso entonces, al momento de elegir los roles, dije: «¡Seré tu hermano, Marina!». Debo hacer notar aquí que no había ninguna separación estricta entre juegos de niñas y de niños; había algunas niñas que preferían corretear con los niños y un niño al que le gustaba jugar a las muñecas. A veces se burlaban de él y yo siempre intercedía en favor suyo. Incluso hubo veces en las que intervine en algunas peleas.

Mi padre y mi madre no me forzaban a vestirme de una determinada manera ni a comportarme de acuerdo a mi sexo biológico. Era un época dura y para mi madre era suficiente que mi hermano y yo pudiéramos tener ropa en buen estado. Nos cosió algunas prendas. Aún recuerdo el ruido de la máquina de coser y los pantalones cortos que nos hizo con un estampado totalmente audaz con héroes desconocidos de las historietas norteamericanas. Muy pocos de ellos llegaban a nuestro país y a esos personajes nunca antes los habíamos visto. La tela misma era «extranjera»: mi madre la había comprado en Rumania durante un viaje que hizo a ese país en barco.

¿Era niña?

Yo usaba pronombres femeninos, pero no le prestaba mucha atención a eso. ¿Era niña? Bien, era niña. Los deportes también desempeñaron un rol importante en mi crianza sin marca de género. Mi madre y mi padre se iban de campamento a menudo y mi padre era andinista, maestro del deporte y un entrenador reconocido. Por eso no se veía mal que yo trepara montañas –bastante parecido a como lo hacen las crías de los monos – con mi hermano y otros hijxs de andinistas. No había distinción entre niños y niñas; era maravilloso.

Creo que si mi madre y mi padre hubieran sido más conservadores y hubieran intentado imponerme que me vistiera y me comportara como la sociedad espera que lo haga una niña, entonces el conflicto entre mi sexo y mi género hubiera aparecido antes. Conozco a bastantes hombres trans* y aquellos que tuvieron madres y padres más retrógrados se dieron cuenta de su diferencia mucho antes.

El primer malestar causado por mi sexo biológico lo sentí al comienzo de la pubertad. La forma de mi cuerpo comenzó a cambiar, se me desarrollaron los pechos muy temprano – a los 11 años – y eso fue doloroso en todo sentido. No podía entender por qué eso a mi madre la hacía tan feliz. Escuchar un cierto orgullo afectuoso en su voz cuando me explicaba por qué los pezones comenzaban a dolerme y a picarme me causaba temor. En su opinión, su hija estaba comenzando a transformarse en mujer, pero para mí ese fue el primer paso hacia un mundo sombrío de rechazo hacia mi  propio cuerpo y las expectativas sociales asociadas con él.

En los años que siguieron, tuve que luchar contra el peso de esas expectativas y soy feliz de haber podido aferrarme a la libertad de aquellos años de infancia durante ese proceso.

Tangarr Forgart esta afiliadx a AWID desde mayo 2016

Category
Análisis
Source
Foro de AWID