En la noche del domingo 2 de agosto y tras un proceso de tres años, las y los representantes nacionales que se reunieron en el sótano de la sede de Naciones Unidas en Nueva York adoptaron la Agenda de Desarrollo Sostenible 2030, que guiará las prioridades globales en materia de desarrollo durante los próximos 15 años.
La última y agotadora sesión de negociaciones mantuvo un alto grado de adrenalina hasta el último minuto, con muchos avances y retrocesos en temas fundamentales y a la vez predecibles: el cambio climático, los derechos humanos, los medios de implementación (MDI) y el principio de responsabilidades compartidas pero diferenciadas (PRCPD). Este principio surgió en la Conferencia de Río (1992) y reconoce diferencias históricas entre los Estados desarrollados y en desarrollo en cuanto a sus contribuciones a los problemas ambientales globales, así como en su capacidad económica y técnica para hacer frente a esos problemas.
Los compromisos asumidos con respecto a las mujeres y las niñas son motivo de celebración. También produce alivio saber que el proceso de negociación no se seguirá prolongando, ya que eso solo hubiera producido un texto más débil. Pero la sensación que deja este proceso es agridulce. Para quienes exigimos cambios transformadores, la Agenda 2030 es débil porque no incluye los cambios financieros y estructurales necesarios para que las promesas de este documento consensuado se hagan realidad.
El documento adoptado propone un conjunto de 17 objetivos y 169 metas, muy similar al que había propuesto el Grupo de Trabajo de composición abierta sobre los objetivos de desarrollo sostenible en un proceso de consulta sin precedentes que también incluyó a grupos de la sociedad civil, activistas y redes por los derechos de las mujeres cuya participación se dio formalmente a través de los Grupos Principales.
Pese a todo, durante las últimas 48 horas de negociación los Estados Unidos y la Unión Europea (UE) aplicaron tácticas intimidatorias para provocar "pequeñas alteraciones" en las metas 2.5 y 15.6 sobre compartir los beneficios de los recursos genéticos, intocadas hasta ese momento. Estas tácticas también pudieron observarse en las negociaciones de último momento en torno a reconocer el mandato de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) para decidir sobre los compromisos acerca del cambio climático, y esto permite augurar batallas complejas en la próxima reunión sobre este tema, que será en diciembre en París.
Para desarrollar más a fondo el contenido de nuestra sensación agridulce, les presentamos un análisis preliminar de aquellas áreas en las que hubo claramente logros y también de las brechas y los obstáculos estructurales que continúan sin resolverse o están siendo abordados de maneras problemáticas en la Agenda de Desarrollo Sostenible 2030.
La parte dulce
Hay un logro evidente para el activismo por los derechos de las mujeres y feminista: la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres no solo están reconocidos como «un aporte fundamental para avanzar hacia todos los Objetivos y metas»N.T. (párrafo 20) sino que también conforman un objetivo separado con metas específicas (Objetivo 5).
Cuando comenzaron las negociaciones en torno a los ODS, esto no estaba para nada garantizado. E incluso en esta última sesión algunos países del grupo africano y del grupo árabe cuestionaron las referencias a compromisos con los derechos de las mujeres acordados hace mucho tiempo, como la Plataforma de Acción de Beijing y los documentos de la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo. Países como Nigeria y los Emiratos Árabes Unidos se negaron casi hasta el último día a reconocer la importancia del acceso a la atención de la salud reproductiva.
Sin embargo, el Grupo Principal de Mujeres (WMG, en inglés) no dejó de presionar a través de una colorida campaña que tuvo lugar al mismo tiempo en la sede de la reunión y en Internet bajo el título de #WhatWomenWant [Lo que quieren las mujeres]. Cada día fueron detallando sus principales demandas y lograron el apoyo de muchas y muchos representantes de gobiernos que defendieron la causa de la igualdad de género como una más de las cuestiones estructurales.
El lenguaje sobre igualdad de género soportó la tormenta y el documento final recoge muchas de las recomendaciones del WMG. En el Objetivo 5 los gobiernos específicamente asumen los siguientes compromisos: poner fin a la discriminación y la violencia de género; eliminar el matrimonio temprano y la mutilación genital femenina; garantizar el acceso a servicios de atención a la salud sexual y reproductiva para todas las personas; proteger los derechos reproductivos de mujeres y niñas; erradicar las disparidades de género en las escuelas y garantizar un acceso igualitario a la educación; brindar una educación que promueva la igualdad de género y los derechos humanos; ampliar las oportunidades económicas para las mujeres y reconocer su derecho a los recursos; y reducir el peso del trabajo de cuidado no remunerado sobre las mujeres y las niñas.
Este Objetivo representa un gran salto si pensamos en los compromisos mínimos en materia de género que contenían los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), predecesores de los ODS, y pone en nuestras manos herramientas poderosas para exigir su implementación.
Otro aspecto positivo e importante de este documento de consenso — cuya aprobación también causó polémica — es que hace una referencia general muy fuerte a los derechos humanos y la no discriminación, tanto en su prólogo como en el cuerpo del documento. También incluye el concepto de universalidad y hace un esfuerzo para no excluir a ninguna persona.
Se logró el reconocimiento del principio de RCPD pero no con la fuerza que esperaban las/los activistas. Aun así, el documento final logra establecer responsabilidades para todos los países del mundo, incluyendo a los ricos y poderosos, algo que los ODM no consiguieron.
También es importante el reconocimiento del trabajo decente, de la protección social y de un nuevo Mecanismo de Facilitación de la Tecnología en el que intervendrán múltiples actores y que permitirá apoyar el desarrollo tecnológico para alcanzar los ODS. Este fue el único acuerdo nuevo concreto al que se llegó en la Tercera Conferencia sobre Financiamiento para el Desarrollo (FfD3, en inglés) que tuvo lugar en Addis Ababa en julio de 2015 y es una demanda histórica de los países en desarrollo.
La parte amarga
Si bien celebramos los compromisos asumidos en torno a la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres, en la última sesión de este proceso se produjeron algunos debates frustrantes que nos hacen temer que la igualdad de género pueda ser cooptada y reducida a su mínima expresión: la igualdad entre hombres y mujeres.
Los grupos africano y árabe insistieron en incluir el 'empoderamiento de las mujeres y las niñas' a continuación de cada referencia a la 'igualdad de género' y ese fue un punto innegociable que hubo que aceptar para que se pudiera llegar a un consenso. Detrás de esa postura había una agenda (no tan) oculta: evitar el reconocimiento de los derechos de las personas LGBTQI o verse obligados a garantizar protección frente a la discriminación por orientación sexual e identidad de género.
También es importante resistir las nociones simplistas acerca del 'empoderamiento de las mujeres' que ponen el acento solo en su incorporación a la fuerza de trabajo y en ayudarlas a ser mejores consumidoras. Digamos claramente que no hay empoderamiento de las mujeres sin derechos, y que esto incluye la salud y los derechos sexuales y reproductivos que garantizan la autonomía corporal.
Otra desilusión fue que se hayan eliminado la condición migratoria, la etnia y la edad del párrafo 19 del documento consensuado que trata sobre las causales por las que se prohíbe la discriminación. Una vez más, en aras del consenso, se optó por la expresión «cualquier otra condición».
La sección que, sin duda alguna, constituyó un auténtico dolor de cabeza durante estas últimas dos semanas fue la que trata sobre los Medios de Implementación (MDI). La Agenda 2030 no avanzó nada con respecto a la débil Agenda de Addis Ababa para la Acción (AAAA), documento consensuado en la FfD3 y adoptado el mes pasado que no consiguió incrementar el financiamiento público para sostener los ODS ni aportó los cambios necesarios en cuanto a gobernabilidad global y políticas macroeconómicas, financieras, comerciales, fiscales, de deuda y monetarias que estén a favor de las personas y del planeta.
El documento resultante de la FfD3 en Addis Ababa puso en evidencia la determinación de Estados Unidos y otros países ricos en cuanto a hacer que el financiamiento para el desarrollo sostenible provenga de los países en desarrollo y del sector privado. Se produjeron encendidos debates entre el bloque formado por la UE y Estados Unidos que quería reemplazar todas las metas de los MdI por la AAAA o, como mínimo, incluir la AAAA completa como anexo al documento, y el G77+China que intentó respetar las metas de los MdI e incluir la AAAA solo como un complemento en apoyo de la Agenda 2030. El compromiso al que finalmente se llegó fue el de seleccionar distintos elementos del lenguaje de la Agenda de Acción de Addis Ababa para incluirlos en los MdI, lo que no satisfizo plenamente a ninguno de los dos bloques. Pero el problema es que ese ejercicio de selección se hizo a partir de premisas problemáticas cuyo resultado fue la preservación de un marco de referencia económico neoliberal que les permite a las corporaciones ejercer un control aún mayor sobre las agendas del desarrollo.
Por ejemplo: en un párrafo sobre la liberalización del comercio, la Agenda llama a los gobiernos a «redoblar esfuerzos para concluir a la mayor brevedad las negociaciones en torno a la Agenda de Doha para el Desarrollo» y promover una «liberalización significativa del comercio». Si pensamos que en este momento las principales economías del mundo están firmando enormes tratados de comercio que les garantizan a las empresas un control aún mayor de los recursos y flujos comerciales del planeta, esto constituye un gran riesgo para la realización de los derechos humanos y de la justicia ecológica, social y de género.
También se perdió la oportunidad de transformar a las Instituciones Financieras Internacionales (IFI). El último borrador apenas si reconoce la necesidad de que las IFI «continúen» respetando el espacio político de cada país «de maneras que sean consistentes con los mandatos organizacionales de las IFI», que son fijados por los países desarrollados.
Por la presión de Estados Unidos se eliminaron todas las referencias a la redistribución, que fueron reemplazadas por un lenguaje problemático según el cual los «recursos domésticos son generados en primer lugar y por encima de todo por el crecimiento económico», y no por la redistribución de la riqueza. Con esto se ha perdido, sin duda alguna, la oportunidad de aprovechar la riqueza del 1 % que más tiene para garantizar que el desarrollo sea posible y para hacer frente a las causas estructurales de las desigualdades.
Otra decepción, en esta caso previsible, es el rol destacado que se le asigna al sector privado en cuanto a financiamiento e innovación, que no va acompañado de ningún mecanismo vinculante para la rendición de cuentas. Si bien celebramos las referencias a «proteger los derechos laborales y los estándares ambientales y sanitarios» así como las referencias a los Principios Rectores sobre las Empresas y los Derechos Humanos — de aplicación voluntaria —, también es cierto que no constituyen herramientas poderosas para ponerle freno a la cooptación de las agendas del desarrollo por parte de las empresas.
La sección acerca del seguimiento y la revisión de la Agenda 2030 no cumple con los estándares de rendición de cuentas que muchas organizaciones de la sociedad civil esperaban y tal vez sea la parte más débil de todo el documento. Esos procesos no solo quedan completamente librados a la voluntad de los Estados sino que el documento no incluye ninguna modalidad específica para permitir la participación significativa de la sociedad civil en la recolección de datos, el seguimiento y la implementación.
¿Cómo sigue?
Las jefas y jefes de estado se reunirán en la Cumbre de Naciones Unidas que tendrá lugar del 25 al 27 de septiembre de 2015 en Nueva York para adoptar formalmente los Objetivos de Desarrollo Sostenible con un espíritu de celebración.
No hay dudas de que esta Agenda tiene potencial y que ha sido receptiva a las demandas de las activistas por los derechos de las mujeres y de las OSC en muchos aspectos. Pero no debemos olvidar para qué nos involucramos en este proceso: para transformar un sistema de gobernabilidad mundial que es profundamente injusto ya que coloca la riqueza y el poder en manos de poquísimas personas, en detrimento de todas las otras y del planeta. Sin una movilización activa (¡y feminista!) para resistir a los obstáculos sistémicos que tenemos por delante en cuanto al comercio, las finanzas globales, la cooptación empresaria y la redistribución, este acuerdo nunca logrará hacer realidad la justicia de género y los derechos humanos para todas las personas. La Agenda será puesta verdaderamente a prueba en su implementación y al momento de traducir las palabras acordadas en Nueva York en acciones concretas para terminar con el empobrecimiento y transformar todas las formas de opresión en nuestras vidas, en las calles o en nuestras comunidades. Para eso hará falta mucho más que un documento.
N.T. La traducción de todas las citas de la Agenda no es oficial.