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¿Qué podemos esperar de una internet feminista?

En este artículo se analiza lo que quieren las mujeres de la región del Asia meridional, y del sur global en general, de una internet feminista. Se basa en gran medida en las experiencias adquiridas en el transcurso del trabajo que lleva adelante Digital Rights Foundation (sitio en inglés) [Fundación derechos digitales].  


¿Qué quieren las mujeres de internet? ¿Cómo sería una internet feminista? 

Hicimos estas preguntas muchas veces durante los talleres que realizamos en el marco de la campaña Hamara Internet (sitio en inglés) [Nuestra internet]. Las respuestas que obtuvimos fueron muy variadas y lo que no nos sorprendió demasiado fue que en su mayoría hacían referencia a la seguridad en línea.

Esta es una pregunta que Qandeel Baloch estaba comenzando a responder con su presencia virtual. ¿Qué quería ella de internet?

Quería libertad para hablar, quería ser dueña de su cuerpo, quería escribir su propia historia.

Pero tal como le ocurre a cualquier mujer que vaya con la cabeza erguida por las calles de la vida, cada valiente paso que dio Qandeel en el ciberespacio recibió como respuesta abusos, hostigamiento, burlas y discursos de odio.

Ninguna mujer se había apropiado jamás de su derecho a los espacios públicos tanto virtuales como físicos con la fiereza que lo hizo ella. Su muerte temprana a manos de su propio hermano fue un recordatorio potente de que mientras algunxs de nosotrxs estamos descubriendo lo que queremos que nos aporten nuestras experiencias en línea, otras tal vez ni siquiera tengan el ‘derecho’ a esa clase de experiencias.

De hecho, en Pakistán es habitual que las mujeres sean asesinadas por utilizar herramientas digitales. Los hombres jóvenes pueden matar a sangre fría a sus hermanas adolescentes solo por haber utilizado un teléfono celular (noticia en inglés) y para proteger el ‘honor’ familiar es posible masacrar juntas a madres e hijas. Este no es un problema exclusivamente de Pakistán. En la vecina India, en un poblado de Guyarat, a las jóvenes y a las solteras directamente se les prohibió utilizar teléfonos móviles, ni hablar de internet. La situación en países como Ghana o Filipinas va por el mismo camino. 

El sur global tiene un problema, pero ese problema, ¿afecta solo a esta parte del mundo?

En la superficie, parecería que estos problemas tienen claramente las marcas del Asia meridional. Sin embargo, el ‘honor’ es sólo una etiqueta que se aplica para asesinar mujeres. En algunos espacios hace que sus muertes resulten más aceptables pero en otros no funciona así, por eso no se lo usa. En todo el mundo, a las mujeres se las está matando, maltratando y hostigando. Mientras se mantengan dentro de los estrechos límites que sus sociedades prescriben para ellas, todo va bien; pero apenas se les ocurre correr esos límites unos centímetros, se desata un verdadero infierno.

Jessica Valenti es un ejemplo notable de lo que ocurre cuando las mujeres confrontan con suficiente fuerza: dejó las redes sociales tras recibir una amenaza de violación contra su hija de cinco años. Jessica anunció su decisión apenas unos pocos días después de que fuera asesinada Qandeel. Ambos hechos ocurrieron en julio y conmovieron a lxs feministas de todo el mundo. Frente a estos ataques, se derrumba el discurso según el cual en Occidente las mujeres están más seguras.

En el sur global se está dando un cambio de paradigma. Se está dando cuenta del potencial que encierra internet, y las mujeres sienten el cambio en el aire. Pero en el sur global el hostigamiento es un problema grave, que se agudiza por el hecho de que el delito virtual continúa siendo un problema que pocas naciones están dispuestas a enfrentar. Y cuando no se le presta atención ni siquiera al delito, es poco probable que alguien se ocupe del hostigamiento. 

El hostigamiento, los abusos y el odio en línea hacia las mujeres se descarga sin excepciones. No hay trato especial para nadie. La única forma de evitarlo es retirarse.

Volviendo a donde vivo, Pakistán, 

la comparación que podemos establecer entre Qandeel y Jessica resulta obvia si la traducimos a las distintas regiones, culturas y grupos étnicos del país. Con la campaña Hamara Internet fuimos a las universidades y colleges de todo el país y hablamos con las mujeres jóvenes acerca de reivindicar espacios virtuales, hacer frente al hostigamiento y denunciar los abusos. Lo que encontramos nos resultó alarmante y desgarrador.

No importaba si trabajábamos con mujeres jóvenes de una metrópolis como Karachi en la provincia Sindh o de una zona rural como Charsadda, en Khyber Pakhtunkhwa. No importaba si estudiaban en una institución pública con otrxs miles de estudiantes o en una escuela privada exclusiva. Ni siquiera importaba si sus familias eran liberales o conservadoras. Todas las muchachas habían sufrido abusos y hostigamiento en línea. La mayoría de aquellas con las que trabajamos habían limitado su uso del internet. Algunas inclusive habían comenzado a utilizar nombres falsos para sentirse más seguras.

La campaña capacitó hasta ahora a más de 1000 estudiantes mujeres. Todavía tenemos un largo camino por recorrer, pero los patrones persisten.

Lo que las mujeres quieren es poder existir de la misma manera que los hombres: sin miedo. Pero con cada comentario de odio nuestras voces se escucharán más fuertes. Sabemos cómo dar batalla.

Lo mismo les ocurre a lxs mujeres jóvenes con quienes trabajamos. Existe un patrón perturbador que aparece como el tema obvio pero del que nadie quiere hablar. Si bien tanto Qandeel como Jessica son figuras públicas, la mayoría de las jóvenes con quienes trabajamos no lo son, pero aún así sufren ataques en el ciberespacio. 

¿Por qué ocurre esto? 

La cultura dominante de masculinidad no puede manejar los roles cada vez más diversos que continúan ejerciendo las mujeres. Se las vigila en cada rincón, campo y espacio en el que resulta posible hacerlo. Pero las cosas están cambiando. Cada vez que les recordamos a mujeres jóvenes de Pakistán que no están solas, que hay personas en las que pueden confiar, ayudamos a hacer que el patriarcado retroceda al menos un poquito. Cuando logramos que se comience a hablar de estos temas, por lo menos estamos sembrando las semillas de la duda, de la duda acerca de lo que se supone que las mujeres deben aceptar como bueno para ellas.

No cabe duda de que este camino está sembrado de trozos de vidrio, pero también de masculinidad dominante, tabúes fallidos y estereotipos redundantes. Cada paso que damos parecería ser más difícil que el anterior, pero cada paso que damos también ayuda a aplastar a alguno de esos gigantes.

Lo que las mujeres quieren es una internet feminista, donde tengan el derecho a expresarse sin miedo a las consecuencias producto del ego y del condicionamiento de otra persona. No solo en el sur global, sino en todo el mundo.

La única forma de avanzar hacia allí es a través de la sororidad. 


Sobre las autoras

Nighat Dad es la directora ejecutiva de Digital Rights Foundation [Fundación Derechos Digitales]. Literalmente es la ‘mamá gallina’ de todas las diferentes campañas y esfuerzos que se realizan con la bandera de la organización. En 2015 fue elegida como una de las ‘líderes de la próxima generación’ según la revista Time y recientemente (2016) se convirtió en la segunda paquistaní que obtuvo el Premio a la Libertad que otorga el Consejo del Atlántico. Tuitea como @nighatdad. Nighat Dad ha sido nominada para el prestigioso Premio Tulipán a los derechos humanos. Puedes votar por ella aquí. La fecha límite para votar es el 7 de septiembre. Si gana el premio, Nighat se propone crear la primera línea telefónica de ayuda para casos de ciberacoso que funcionará en Pakistán.

Luavut Zahid es la coordinadora de Género y Tecnología en la Digital Rights Foundation. En este momento lidera la campaña Hamara Internet dirigida a mujeres jóvenes en universidades y colleges de todo Pakistán. Tuitea como @luavut.

Category
Análisis
Region
Global
Source
Foro de AWID