La pelea por los derechos de lxs trabajadorxs domésticxas ha sido una lucha global desde hace décadas. En diciembre de 2016, el anuncio del gobierno de los Emiratos Árabes Unidos de que transferiría la supervisión del reclutamiento de trabajadorxs domésticxs del Ministerio del Interior al Ministerio de Trabajo fue cautelosamente bienvenido por grupos de derechos humanos; sin embargo, dentro de la región de Medio Oriente continúa el reclamo por la ampliación de las leyes laborales para que cubran el trabajo doméstico y para legalizar la sindicalización de las trabajadoras domésticas.
Las experiencias y las demandas de lxs trabajadorxs domésticxs son a menudo narradas por otras personas. Aquí, la trabajadora doméstica filipina Úrsula Cruz, residente en Beirut, cuenta su propia historia.
La pobreza me trajo aquí.
Llegué a Beirut en 1993, como trabajadora doméstica. Antes de eso, realizaba trabajos de cuidado durante el día en una zona rural del norte de Filipinas, ganando un honorario muy humilde. Tenía tres niñxs que mantener, y necesitaba asegurar su futuro. Esa fue la razón principal por la que decidí trabajar en el extranjero, creyendo que el pasto siempre es más verde del otro lado de la cerca.
Tuve la suerte de terminar trabajando para una buena familia en Beirut, Líbano. Mis empleadorxs no me impedían expresar mis sentimientos y opiniones. Mis derechos fueron siempre respetados. Al mismo tiempo, realizar mis tareas como trabajadora doméstica no era difícil, porque había crecido haciendo trabajo hogareño como cocinar, limpiar y cuidar a mis hermanxs. Soy excelente en esta profesión.
Pero si bien estaba satisfecha con mis condiciones laborales y de vivienda, dentro de mí había siempre un vacío. Aunque mi empleador me permitía irme de vacaciones cada seis meses, seguía faltándome algo importante.
En respuesta, comencé a trabajar como voluntaria en la Embajada de Filipinas, como organizadora comunitaria para ayudar a trabajadorxs filipinxs en problemas. En mis días libres organizaba eventos deportivos con PhilBaLL (Philippine Basketball League in Lebanon [Liga de Basketball Filipina en Líbano]). En 2006, durante la guerra entre el Líbano e Israel, fui parte del equipo de rescate y trabajé en un refugio, donde vi con mis propios ojos cuántas trabajadoras domésticas estaban en riesgo: no sólo mis compatriotas filipinas, sino también trabajadoras domésticas de otras nacionalidades. Fue entonces que decidí ir más allá de la comunidad filipina.
La situación actual de las trabajadoras domésticas migrantes en el Líbano
En el Líbano hay más de 300 mil trabajadorxs domésticxs migrantes, muchxs de lxs cuales viven en condiciones habitacionales y laborales injustas. Pero el código laboral libanés no cubre ninguno de los derechos de lxs trabajadorxs domésticxs migrantes.
Como resultado, hay situaciones descontroladas de abuso verbal, físico y sexual, explotación financiera, tortura mental, y acusaciones falsas de robo, por ejemplo. Muchxs trabajadorxs domésticxs migrantes sufren privaciones alimentarias. Estas condiciones están normalizadas debido a la falta de protección legal. En los raros casos en que son reportadas a las autoridades, las muertes producidas por estas condiciones son descriptas como suicidios.
Muchas condiciones contribuyen a la explotación de lxs trabajadorxs domésticxs migrantes. La mayoría somos mujeres, y algunas somos analfabetas. A veces, este analfabetismo empeora la explotación ya existente, que está imbricada en el sexismo, el clasismo y el racismo de nuestros países de origen. La migración nos vuelve todavía más vulnerables.
De hecho, el círculo vicioso a menudo comienza en nuestros países de origen, donde lxs traficantes atraen trabajadoras domésticas y facilitan su migración a cambio de una comisión. Lxs traficantes obtienen ganancias de las trabajadoras domésticas, y una vez que somos «vendidas», la familia anfitriona se aprovecha de nuestro trabajo. Lxs empleadores a veces se aprovechan y retienen los salarios de las trabajadoras, para menospreciarnos, o porque piensan que el pago no nos resulta urgente porque no tenemos facturas que pagar, ya que estamos viviendo en sus hogares. Al mismo tiempo, muchxs empleadorxs piensan que, dado que hemos optado por migrar, no teníamos nada que hacer en nuestros países, o no estábamos calificadas, o nos faltaban oportunidades, y que por lo tanto estamos en deuda con ellxs por «salvarnos».
Resistencia creativa y organizada
En cualquier instancia de la vida hay ciertas personas que se beneficiarán con los acontecimientos, por más negativos que estos sean. Es obvio que existe una resistencia a cambiar las leyes referidas a los derechos de las trabajadoras domésticas migrantes, porque hay gente que sigue enriqueciéndose a nuestra costa. Pero finalmente son siempre las trabajadoras domésticas quienes pagan. Se puede encarar a la discriminación mediante la adopción de leyes correctas, que influenciarían los comportamientos y defenderían los derechos de las trabajadoras domésticas migrantes.
Otras formas de resistencia se dan a través de la educación y el conocimiento como herramienta de supervivencia, como el acceso a cursos de lengua ofrecidos por ONGs, para que las trabajadoras puedan al menos entender los documentos que están firmando, como renuncias y contratos.
También pueden darse haciendo conexiones internacionales, al participar en eventos internacionales como el Primer Congreso de la Federación Internacional de Trabajadores del Hogar y la Comisión de la Condición Jurídica y Social de las Mujeres de las Naciones Unidas, que se reunió a principios de este año. Estos encuentros nos dan el valor para compartir y narrar al mundo entero nuestras historias silenciadas. En estos espacios esperamos echar luz sobre los problemas, las luchas y los desafíos que rodean al acceso a la justicia y a condiciones laborales y habitacionales justas en el Líbano.
Y finalmente nos estamos organizando en colectivos, sindicatos y alianzas, para poder estar preparadas para luchar por nuestros derechos, por ese momento de ansiada libertad. Según el dicho, una sola mano no aplaude. Sin embargo, cuando tienes dos, haces ruido. De modo que si estoy sola en mi demanda de derechos, de mi salario o de mis vacaciones o de mi seguro, soy considerada una excepción, y nadie me escuchará. Pero si somos dos o tres y cada vez más, y si empezamos a gritar, una persona podría oírnos, y luego una segunda y una tercera, y a partir de allí se hará una bola de nieve.
Y quién sabe, un día, ¡BAM! Las autoridades decidirán que ya tienen suficiente con nuestros gritos, y recuperaremos nuestros derechos.
La deportación de nuestrxs camaradas es, por supuesto, una amenaza para todxs, y no estamos exentas. Pero somos un grupo de mujeres que comparten una voz, porque todas sufrimos problemas similares, y ya estamos hartas del modo en que son las cosas. La situación debe cambiar ahora, como la esclavitud moderna del sistema kafala, y la ratificación e implementación del Convenio sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos C189 de la OIT. Debemos confiar unas en otras, y estamos listas para hacer todo el recorrido, aunque sabemos que será duro. No es el número de integrantes lo que importa en este momento: somos un grupo pequeño pero muy activo.
La pobreza puede habernos traído aquí, pero esta alianza nos da fuerza. Es nuestro sudor y nuestra sangre, son nuestras vidas. Es lo que nos impulsará hacia adelante, allanando el camino para una mayor protección y mejores vidas para nuestrxs miles de hermanas y hermanos. Para que la próxima generación, o para que padres y madres como yo, puedan cumplir con sus responsabilidades y sueños para sus hijxs.