«Contra los lúgubres fantasmas del paisaje urbano conocido y las cámaras de circuito cerrado de televisión etiquetadas «para tu protección», las noticias en la radio pasan del pronóstico del tiempo, al racionamiento, las redadas, una aparición pública especial de la reina, políticxs que prometen aumentar la producción y las zonas de Londres en cuarentena que deben ser evitadas por razones de salud y seguridad».
-Impresiones de V de venganza, 1982.
Mucho antes de las imágenes y sonidos ominosamente similares de los actuales tiempos de pandemia, la estación de radio por internet Radio AvA (The Xtalk Project)manejada por trabajadorxs sexuales en la ciudad de Londres, invitó a sus oyentes a una lectura satírica de las viñetas de apertura de V de venganza, la novela gráfica de Allan Moore publicada entre 1982 y 1988. El objeto principal de nuestra crítica era el personaje de Evey Hammond: una muchacha menor de edad que intentaba vender sexo en un futuro cercano totalitario, imaginado durante el régimen de Thatcher.
Evey se aventura al Puente de Westminster, y, torpemente, se ofrece sexualmente a un hombre vestido con una gabardina. Es su primer intento de trabajo sexual, la única forma de complementar los magros ingresos que obtiene por el trabajo pesado en la fábrica de municiones. Sin embargo, el hombre al que Evey se acerca resulta ser un oficial de policía encubierto, en nuestro pasado-presente-futuro, en el que la prostitución está muy criminalizada. El policía y sus colegas, que estaban ocultos, se preparan para violarla y asesinarla.
Tanto en la historieta como en el film de lxs Wachowskis de 2005, Evey es rescatada por un disidente envuelto en una capa que lleva una máscara de Guy Fawkes, tiene un lenguaje florido y habilidades de combate fantásticas. Sin embargo, no encontrarás ni siquiera un intento de trabajo sexual en la versión de Hollywood de V de venganza. En la película, Evey es una hábil chica de veintipico que trabaja como mensajera en un programa de debate en televisión, y que está en la calle luego del toque de queda. Curiosamente, mientras que en la historieta de la época de Thatcher lo que provoca la cuarentena, el racionamiento, la vigilancia y la limpieza social es una guerra nuclear, en la película –producida durante el gobierno de Bush– el culpable es un virus creado por humanos.
Hay un montón de trabajos de ficción emblemáticos que hacen eco en nuestro presente, en algunos de los cuales aparecen como personajes trabajadorxs sexuales –y mujeres o personas de género fluido– mucho más atractivxs que Evey. Sin embargo, V de venganza me obsesiona ahora debido a tres aspectos notables del Covid 19: la seguridad, la vigilancia y las máscaras.
Salva vidas: trabaja desde casa, mierda!
Tanto nuestrxs camaradas de la izquierda como los anuncios del gobierno nos urgen incesantemente a quedarnos en casa para salvar vidas; a abandonar nuestros lugares de trabajo o a trabajar desde nuestros hogares para proteger a lxs trabajadorxs de «primera línea», que no pueden hacerlo. Muchxs de lxs cuales, como yo y una gran cantidad de trabajadorxs sexuales, son migrantes y/o personas de color. La mayoría recibe muy mala paga y es maltratada, lo cual explica, en gran medida, por qué tantxs trabajadorxs sexuales –incluyéndome a mí– también han trabajado como enfermerxs, cuidadorxs y personal de limpieza.
Estamos todxs juntxs en esto, y lo de #quédateencasamierda debería ser un asunto simple, porque a diferencia de lxs enfermerxs, cuidadorxs y personal de limpieza, lxs trabajadorxs sexuales podemos trabajar remotamente desde nuestras casas. Es más, al igual que otrxs trabajadorxs no esenciales en persona, como terapeutas, docentes particulares e instructorxs de yoga, algunxs de nosotrxs ya ofrecemos servicios en línea.
Bien. Debemos estar en casa, mierda, y trabajar en línea, ¿no?
De hecho, muchxs trabajadorxs sexuales y proyectos comunitarios –incluyendo a Radio AvA– están compartiendo, fervientemente, recursos e ideas fabulosamente creativas sobre maneras de trabajar en línea. La principal plataforma comercial en línea usada por lxs trabajadorxs sexuales en el Reino Unido ha retirado la opción de citas en persona, al tiempo que las cámaras, los sitios porno y las plataformas sexuales en redes sociales ven un incremento masivo en oferta y demanda.
Si bien me las arreglé para manejar la transición de trabajar por turnos en un burdel a trabajar de forma «independiente», tengo muy poca confianza en tener lo que hacer falta –y que pueda costearlo– para vender sexo virtual. A pesar de eso, pronto tendré que intentarlo. Y estoy aterrada: esta es la primera vez, desde que empecé a trabajar sin permiso en un país cuyo idioma no hablaba, que puedo verme forzada a meterme en una rama del trabajo sexual que me parece extremadamente peligrosa.
Ya no estoy en el mismo bote que se hunde en el que están otrxs trabajadorxs sexuales migrantes que no tienen derecho al trabajo, ni acceso a los fondos públicos (por más que sean insuficientes). A diferencia de muchxs trabajadorxs sexuales que dependen de trabajar a domicilio o en burdeles, yo (todavía) no tengo que esconder mi trabajo de parejas o compañerxs de casa misóginxs y violentxs, o arriesgarme a revelar mi trabajo y convertirme en sin techo por estar forzada a trabajar remotamente desde casa.
Entonces, ¿por qué no puedo dejar de preocuparme y aprender a transitar, si no a amar, el trabajo sexual en línea en pro de salvar vidas?
Esto nos lleva al segundo tema oportuno de V de venganza: la vigilancia.
Los dedos en el cielo
En cierto sentido, los primeros villanos presentados en V de venganza no son los policías violadores asesinos (también conocidos como «Dedos»), sino las cámaras de circuito cerrado de televisión y el objeto de deseo del primer ministro: una computadora super espía llamada Destino.
Durante años, con el estigma de puta y el Ministerio del Interior muy presentes, me abstuve de ofrecer servicios en línea y disimulé mi cara en las fotos de perfil, consciente de los diversos riesgos, que incluyen el hackeo, la divulgación no deseada y la filtración de datos personales a clientes acosadores, y a autoridades.
Esas son algunas de las razones por las que muchxs migrantes y otras personas preocupadas por las consecuencias de la divulgación no deseada evitan por completo la publicidad en línea que pueda ser rastreada, y optan por trabajar en burdeles, al aire libre, en clubes o en saunas. Esto trae otros riesgos, como multas y condiciones de trabajo abusivas, y en el Reino Unido también redadas y deportación, porque trabajar de forma más segura con amigxs o pares está penalizado.
En Londres, en 2020, todavía no tenemos una ley como SESTA/FOSTA (y la inminente ley EARN IT), que convierte en ilegal la publicidad en línea de servicios sexuales en los Estados Unidos, donde todxs lxs trabajadorxs sexuales también están excluidxs del fondo de emergencia del gobierno.
Sin embargo, no es casual que la vigilancia de lxs londinenses sea un tema primordial en V de venganza.
A los gobiernos del Reino Unido les encanta husmear y, en los últimos tiempos, están especialmente preocupados por qué tipo de sexo se puede vender y mostrar en línea. También son bastante aficionados a espiar a activistas políticos y han combinado esos intereses en una serie de iniciativas legislativas. Esas medidas van desde la reglamentación de Servicios de Medios Audiovisuales (también conocida como «la prohibición del face sitting» [sentarse en la cara]) de 2014, que focalizaba qué tipo de sexualidades femeninas están permitidas en los videos a pedido, pasando por la Ley de Poderes de Investigación (también conocida como «estatuto de lxs fisgones») de 2016, que permite el seguimiento del uso de internet, hasta la Ley de Economía Digital de 2017. Un aspecto de esta última –el control de identidad paraquienes que visualizan y consumen contenido erótico en línea– finalmente fue archivado en el otoño pasado gracias a las campañasen defensa de la privacidad y debido a cuestiones de implementación. Sin embargo, fue reemplazado por un vago proyecto de ley sobre daños en línea que presenta el revoltijo habitual y peligroso de sexo, niñxs y terror.
Como ven, a diferencia de lxs instructorxs de yoga, lxs trabajadorxs sexuales que nos preparamos para trabajar desde nuestro hogar, mierda, y salvar vidas, somos vistxs por las autoridades, no como trabajadorxs, sino como un peligro para otrxs y para nosotrxs mismxs. Un elemento contaminante. Un virus, si quieren, en el cuerpo virtual saludable, no una parte integral del «nosotrxs» (quienes estamos juntxs en esto).
Las redadas policiales contra mujeres y personas de color han sido rebautizadas «controles de servicios sociales» y «operaciones de rescate», y la mayor criminalización de lxs trabajadorxs sexuales en persona, en línea y a través de las fronteras es camuflada con dignas campañas para proteger y «salvaguardar» a mujeres y niñxs vulnerables.
Con esta peste específica que, básicamente, está reconfigurando el sexo con compañerxs no convivientes –por no hablar de lxs nuevxs o lxs ocasionales– como un pecado mortal, y con la Ley de Emergencia por Coronavirus que refuerza ampliamente los poderes de vigilancia e implementación de medidas, es difícil no temer ser perseguida en nombre de la seguridad y la higiene social.
En abril, una reconocida abolicionista ya había publicado sus exigencias de que se vigilara una plataforma de servicios sexuales en una red social popular en el Reino Unido, en la que, con reticencias, estoy considerando intentar trabajar. La autora parece creer que uno de los efectos secundarios afortunados del Covid 19 fue el cierre de los burdeles, y que lo siguiente debería ser cerrar los sitios que venden sexo virtual.
Según esta línea de pensamiento, lxs trabajadorxs sexuales somos vectores de enfermedad social incluso si nos quedamos en casa, mierda, y trabajamos en línea, carajo. Esta, no nuestra seguridad, es la verdadera razón por la que están tratando de eliminar las opciones de trabajo que nos quedan, mientras que, al mismo tiempo, se esfuerzan en garantizar que no tengamos derechos laborales –lo cual nos daría las condiciones materiales para rechazar el trabajo peligroso–, conspiran para hacer que la migración sea mucho más difícil –especialmente para las mujeres–, hacen muy poco por terminar con la pobreza y avivan el fuego del estigma de la puta asesina en épocas en que la gente ajena a los hogares normativos se convierten en sospechosos recipientes de infección.
Si nuestrxs salvadorxs se salen con la suya, lxs trabajadorxs sexuales serán erradicadxs, con su complicidad. Borradxs de las calles, los hogares, las pantallas.
Es por esto por lo que la centralización es una de las amenazas principales para la seguridad de lxs trabajadorxs sexuales, si nuestro trabajo está limitado a la esfera virtual.
No es fácil cerrar cada burdel y departamento de trabajo, rastrear y evitar que cada trabajadorx al aire libre o acompañante independiente desarrolle nuestro comercio.Sin embargo, como aprendieron nuestrxs camaradas de Estados Unidos en 2018, cuando apareció SESTA/FOSTA, es terriblemente fácil cerrar las plataformas en línea, y dejar desamparadxs y sin techo a lxs trabajadorxs sexuales. Una amenaza que hizo que el 4 de julio de 2018 lxs trabajadorxs sexuales protestaran enérgicamente en la plaza del Parlamento para detener el intento de un parlamentario laborista de introducir una prohibición similar en el Reino Unido.
Más aún: llevar adelante todo nuestro trabajo en línea hace que sea tremendamente fácil
monitorear y censurar los tipos de sexualidades autorizadas por las plataformas comerciales y el Estado. Esto, de paso, también es cierto para la docencia a distancia.
Lamento ser una aguafiestas, este nuevo orden laboral no me hace sentir más segura.
En el Reino Unido, salvar las ganancias, no las vidas, es lo que está en el centro de las políticas gubernamentales en relación con el Covid 19. Entonces, en vez de tener una cuarentena temprana posibilitada (y condicionada) por un ingreso universal digno, análisis a pedido, equipamiento de protección personal para todxs, legalización para migrantes y amnistía para presxs, un sistema de salud en funcionamiento y todas las otras formas sensatas de asegurar grados de seguridad, se nos dice que algunxs de nosotrxs podríamos y deberíamos volver a trabajar pronto, y que la clave mágica para esto es el rastreo digital de contactos.
Sí, debemos reclamar análisis para la gente, pero no los realizados por el ejército, no los análisis obligatorios, no la detención compulsiva de lxs enfermxs y vulnerables, o que la movilidad y la empleabilidad dependan de biodatos de identidad. De hecho, el seguimiento de contactos, si bien puede ser efectivo para frenar el Covid 19, rápidamente, propagará otros males mortales.
Lxs trabajadorxs sexuales ya estamos lidiando con el hecho de que las plataformas de redes sociales nos exponen de forma no deseada a lxs clientes, por los datos de ubicación del teléfono, el historial y los contactos. Es aterrador que cada encuentro con otro humano portador de teléfono quede documentado, y que nuestros contactos sean divulgados. Sumado al peligroso espectro de la denuncia anónima, este es el sueño húmedo de cada pareja, extraño o cliente violento vengativo.
Una amenaza más insidiosa para lxs trabajadorxs sexuales y otras personas marginadas que nos ha traído la pandemia, no es la vigilancia estatal, sino la cultura de lxs informantes. Los encantadores grupos vecinales de ayuda mutua ya están contaminados con gente que fotografía y hostiga a quienes rompen el aislamiento y el distanciamiento social. Las fuerzas policiales del Reino Unido tienen formularios de delación en línea, compartidos en algunos de los chats de los grupos de ayuda. Y lxs vecinxs con tiempo libre están espiando a través de sus cortinas para denunciar a lxs malhechores.
Ahora, antes de la plaga, muchxs trabajadorxs sexuales trabajaban desde su casa en persona, lo cual está penalizado en el Reino Unido, incluso si te arriesgas a ser atacadx por trabajar solx, a menos que seas lx propietarix de la vivienda, porque es ilegal lucrar con el alquiler de unx prostitutx. De esta manera, siempre estamos en riesgo de perder nuestros hogares si lxs vecinxs o lxs propietarixs deciden que somos agentes de contaminación. Sin embargo, ahora, con el monitoreo cuidadoso del ir y venir de todxs –y con las multas astronómicas para lxs trabajadorxs sexuales– este riesgo ha aumentado enormemente, y es mucho peor para lxs trabajadorxs al aire libre, quienes sufren una sobreexposición a lxs vigilantes de la moral y al patrullaje, en el mejor de los casos.
Durante el aislamiento, estar en la calle, o en los parques, sin estar vestidx de forma doméstica, deportiva o con uniforme de trajadorx esencial, o con excusas razonables, por no mencionar el caminar con gente que no es parte de tu hogar, de inmediato nos cataloga –a nosotrxs y a cada persona marginada, especialmente a las mujeres y a las personas disidentes de género– como una amenaza para la salud pública. Ya sé, deberíamos salvar vidas y evitar hacer trabajo en persona por ahora. Estoy segura de que a todxs nos encantaría hacerlo, si pudiéramos conseguir una licencia, acceder a fondos públicos (suficientes) o a subsidios para la industria, a permisos de trabajo, lugares de trabajo y clientes a los cuales volver con el correr del tiempo , con permisos de residencia regulados. Nosotrxs, de verdad, no queremos morir ni matar a otrxs. Desearía que lxs amorosxs vecinxs preocupadxs tuvieran eso en cuenta y que, en vez de denunciar y condenar, se unieran a nuestros reclamos por los derechos de lxs trabajadorxs sexuales y los derechos de todxs lxs migrantes.
No se olviden de que nunca somos lxs únicxs afectadxs por la regulación de comportamiento y movimiento sospechosos.
A pesar de los motivos turbios de lxs Wachowskis para convertir a Evey, la trabajadora sexual amateur, en una novata mujer de los medios, la Evey de la TV igual es atacada por atreverse a caminar por la calle sola de noche. Y los potenciales violadores-asesinos son agentes de la ley encubiertos, que actúan con impunidad sin transeúntes que puedan o quieran intervenir.
Porque el estigma de puta siempre se aplica a todas las mujeres, queers o personas trans solteras y disidentes. E «informar» sobre el deambular de las mujeres por donde no les corresponde, fuera de la «burbuja» autorizada o el hogar, y acusarlas de ser trabajadoras sexuales es un truco muy viejo, misógino y racista.
Dime qué tienes puesto
Nos dicen que quedarnos en casa, mierda, y trabajar desde ahí o no trabajar para salvar vidas –incluyendo la nuestra–, las restricciones, vigilancia y normas represivas asociadas a eso, son sólo medidas de emergencia, temporales.
Pero yo crecí en un país que heredó las leyes de emergencia del manual de reglas de dos poderes imperiales, donde esas leyes y ordenanzas son adaptadas, actualizadas y utilizadas –selectivamente– para sostener e imponer un estado de crisis permanente sobre la vida cotidiana, para imponer el racismo, la militarización, la pobreza, los toques de queda, las zonas segregadas y los permisos difíciles de conseguir para moverse entre esas zonas. Las tecnologías digitales de rastreo de contactos que actualmente está usando el Estado de esta nación ya fueron implementadas para controlar a la gente que compone grupos étnicos oprimidos y a activistas.
Sin embargo, luego de haber participado en movimientos de resistencia bajo medidas de emergencia, puedo también detectar algunos aspectos de la actual crisis que podrían permitirnos e instarnos a ofrecernos genuina protección mutua, y potenciar transformaciones colectivas maravillosas.
Estas están simbolizadas por el último aspecto que evoca a V de venganza: las máscaras.
Las máscaras son artículos esenciales en la caja de herramientas de muchxs trabajadorxs sexuales. Las usamos para proteger nuestra identidad en avisos publicitarios visuales, para el juego de roles de algunas fantasías y, a veces, cuando salimos a la calle a luchar por nuestros derechos. Protestas históricas de trabajadorxs sexuales, como la ocupación de la Santa Iglesia en King Cross, en 1982, por parte de trabajadorxs sexuales locales y el Colectivo Inglés de Prostitutas, fueron lideradas por mujeres que llevaban máscaras.
Sin embargo, en la mayor y más enérgica acción contemporánea de trabajadorxs sexuales en Londres, la marcha de la huelga de trabajadorxs sexuales, que comenzó hace tres años como parte de la Huelga Mundial de Mujeres del 8 de marzo, muchas de las máscaras habituales fueron descartadas totalmente, cambiadas por formas más lúdicas de ocultarse, o transformadas para que las delicadas máscaras antifaces pasen a ser pañuelos militantes.
En V de venganza (la historieta), el viejo Bailey es el primer símbolo del poder draconiano que estalla en un show musical de luces. Rememorando, en aquella protesta estruendosa de hace poco más de dos meses, marchamos hacia la Corte Real de justicia, con un potente equipo de sonido y cantando «¿De quién son las calles? ¡Son nuestras!», «Trabajo sexual es trabajo», «Derechos, no rescate» y mi favorita: «¡Chuparla es un trabajo real y los trabajos reales la chupan!». Y sí, sentí que esas calles eran nuestras, que juntxs era casi seguro protestar a cara descubierta.
Para muchxs, la huelga de trabajadorxs sexuales en el día de las mujeres fue nuestra última manifestación antes del aislamiento y el distanciamiento social. Para mí, esta fue también la primera vez que usé un barbijo en la calle. Después de guardar el fabuloso cartel luminoso que decía «¡Despenalización ya!», y de que terminaran los discursos, iniciamos una pequeña fiesta callejera informal. Cuando los policías nos empezaron a rodear, preparándose para el conflicto, recordé el barbijo que había agarrado de mi bolsa de disfraces antes de salir de casa, por las dudas. Y, si bien cubrirse las caras durante las manifestaciones es ilegal en el Reino Unido, a la luz de la (entonces distante, irreal) amenaza de coronavirus nadie, ni siquiera la cana, podía ordenarme que me lo sacara. De esta manera, la nueva amenaza del virus se convirtió en una forma de protección frente a la vieja amenaza de la mirada violenta del Estado.
Las máscaras vienen de todos los tamaños y formas: incluso virtuales.
Y lxs trabajadorxs sexuales en todo el mundo están difundiendo, permanentemente, consejos útiles y organizando seminarios en línea sobre cómo trabajar de manera más segura –tanto en línea como de forma presencial– y comparten los increíbles fondos y recursos que aparecen por todos lados para que la comunidad haga frente a la adversidad. Sin embargo, para acceder a este apoyo comunitario, lxs trabajadorxs sexuales dependen de que internet –y las casas y las calles– sean lugares acogedores.
Así que sí, quedarse en casa, mierda, y trabajar desde casa, carajo, será más seguro para lxs trabajadorxs sexuales –y para todas las personas marginadas– solo si lxs feministas reclaman derechos, no rescate, que incluyan el derecho a trabajar o no, a sentirte en casa donde sea que quieras estar, luchando contra el estigma de puta y resistiendo el patrullamiento y la vigilancia. Consulta la lista de reclamos publicada por el Comité Internacional para los Derechos de lxs Trabajadorxs Sexuales en Europa (ICRSE, por sus siglas en inglés).
Podríamos hacer algo mejor que intentar conservar algo de lo que alguna vez pudo ser tomado como protección. En este tiempo de nuestra peste, la gente –e incluso los gobiernos– están haciendo cosas extraordinarias que ningunx de nosotrxs hubiera pensado que eran factibles uno o dos meses atrás, lo cual significa que cambios fantásticos también están dentro de nuestro alcance.
Quizás podamos empezar haciendo máscaras especiales, y usándolas, juntxs, para mostrar que lxs feministas salvan vidas, no a través de la justificación de los ambientes hostiles, sino a través de la verdadera solidaridad y de la resistencia.
Este artículo fue escrito en abril. Desde entonces, han surgido movilizaciones con participantes llevando sus barbijos o cubre caras en los EE. UU. tras el asesinato de George Floyd por un policía, creando eco en todo el Reino Unido, con las protestas enmascaradas de BLM contra el racismo institucionalizado y la violencia policial.