Mientras el mundo mira, en Birmania (o Myanmar) está teniendo lugar «un ejemplo de manual de limpieza étnica» y la crisis de refugiadxs que crece a mayor velocidad en el mundo. Desde agosto, el ejército ha estado involucrado en una operación que ha incluido asesinatos en masa, el arrasamiento de aldeas enteras y desplazamiento forzado masivo, aparentemente en respuesta a ataques contra puestos policiales perpetrados por un grupo de luchadores conocidos como Ejército de Salvación Rohingya de Arakán (ARSA, por sus siglas en inglés).
AWID habló con mujeres activistas en Birmania para echar luz sobre los diferentes factores que impulsan esta crisis de derechos humanos y humanitaria sin precedentes, y sus muchas dimensiones de género.
*Este artículo es la traducción al español de "The Gender Dynamics of Myanmar's Rohingya Crisis"
¿Qué está pasando?
En apenas siete semanas, más de 582,000 personas de la etnia rohingya se han visto forzadas a irse del estado de Rakhine, en Birmania, hacia el país vecino, Bangladesh.
«Esto es muy grave, quizás el peor estallido de violencia que hemos vivido en Rakhine hasta ahora», explica Wai Wai Nu, una joven mujer rohingya, ex presa política, que vive en Yangon y trabaja por la promoción de los derechos de las mujeres y la paz. «Casi la mitad de toda la población rohingya se ha ido».
La información más actualizada reunida por la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos indica que los ataques brutales llevados adelante por las fuerzas armadas de Birmania, a menudo con el apoyo de grupos de hombres armados de la etnia rakhine, han sido «bien organizados, coordinados y sistemáticos». El informe señala la destrucción de casas, cultivos, ganado e incluso árboles, como una señal de que las fuerzas de seguridad quieren hacer imposible que lxs rohingya puedan regresar alguna vez a sus vidas y modos de subsistencia normales.
Desde el inicio de la campaña militar, se ha impedido que las organizaciones de ayuda internacional, incluyendo a las Naciones Unidas, ingresen al norte de Rakhine, el epicentro del conflicto.
«[Alguna gente permanecía] varada a lo largo de la orilla del río en el distrito Maungdaw porque no [tenían] el dinero para pagar el viaje en bote para escapar», dice Wai Wai. «No están recibiendo ninguna ayuda, ni comida ni refugio».
Las organizaciones que trabajan con lxs refugiadxs rohingya en Bangladesh están completamente sobrepasadas por la velocidad y magnitud de la crisis humanitaria. Han recibido cientos de informes escalofriantes sobre violencia sexual y violencia de género contra las mujeres y niñas que huyen del enfrentamiento armado. Estas violaciones han provocado la protesta de las Naciones Unidas, que alertaron que «pueden llegar a considerarse crímenes contra la humanidad».
Según Oxfam, el 53% de lxs refugiadxs son mujeres y el 58% menores, un hecho que ha puesto en alerta máxima a lxs trabajadores de asistencia y de derechos humanos que actúan en el terreno, debido al riesgo de mayor explotación, tráfico y abuso.
¿Qué hay detrás de la violencia?
El pueblo rohingya, al que le fue denegada la ciudadanía mediante la Ley de Ciudadanía de 1982, ha soportado una compleja historia de discriminación bajo los sucesivos gobiernos de Birmania. De aquellxs que no han huido ya frente a episodios anteriores de violencia, la amplia mayoría vive en condiciones extremas en el estado de Rakhine, donde la pobreza llega al 78%. Unas 120.000 personas viven en campamentos de internamiento dentro de Rakhine, dependiendo por completo de la ayuda internacional.
«Las mujeres rohingya que han padecido violencia reciben muy poca o ninguna simpatía de la opinión pública debido al color de su piel, creencias y, lo más importante, su estatus de ciudadanía como ‘lxs otrxs’», dice Stella Hnaw, una escritora y analista independiente de Birmania, que defiende la igualdad política y de género.
Además de los niveles de inseguridad sin precedentes y la falta de protección que las mujeres rohingya enfrentan constantemente, hay una cantidad de políticas singulares y restrictivas que las atacan a través de, por ejemplo, estipular el número de hijxs que pueden tener y su capacidad para casarse.
Estas políticas son parte de un paquete conocido como las leyes de «Raza y religión», que también imponen extensas restricciones sobre las mujeres budistas que desean casarse con hombres que no sean budistas, y obligan a los hombres que no son budistas a convertirse al budismo antes de casarse con una mujer budista.
Según Stella, estas leyes «buscan proteger la ‘sangre pura’ de la población budista birmana, la mayoría. Dan cuenta de una idea de que esta mayoría es de alguna manera cultural y étnicamente superior a otrxs, y busca limitar o eliminar a aquellxs que son diferentes».
El auge del etno-nacionalismo budista
La aprobación de estas leyes en 2015 fue una gran victoria para los movimientos fundamentalistas y etno-nacionalista budistas, los cuales, si bien no son para nada nuevos, han obtenido mayor prominencia durante la transición de Birmania a la democracia.
Los grupos nacionalistas budistas, de los cuales el más destacado es Ma Ba Tha (Asociación para la Protección de la Raza y la Religión) y el Movimiento 969 ligado a él, tienen como eje el purismo étnico y la xenofobia, entendiendo «birmanx» como si fuera sinónimo de budista, y difundiendo la idea de que la nación está bajo la amenaza de infiltración por parte de lxs musulmanes.
Capitalizan la presunción falsa aunque ampliamente aceptada de que lxs rohingya musulmanes son «inmigrantes ilegales» provenientes de Bangladesh y envuelven su ideología en lenguaje religioso: el Movimiento 969 llegó incluso a diseminar la idea que lxs rohingya son reencarnaciones de serpientes e insectos.
Tal como en otros movimientos de extrema derecha y fundamentalistas del mundo entero, las ideas de género son centrales para el nacionalismo budista que opera en Birmania. Los grupos nacionalistas muestran a los hombres musulmanes como una amenaza rapaz para las mujeres budistas, y al matrimonio interreligioso como una amenaza demográfica para la nación.
Extractivismo e intereses económicos estatales
Otro factor detrás de la violencia reside en los intereses económicos del estado. Partes del Estado de Rakhine, junto a otras «zonas de frontera étnicas» de Birmania, han sido de interés desde hace mucho tiempo para el estado y el comercio exterior debido a sus recursos naturales.
A lo largo del período de la Junta, el régimen cosechó las ganancias de proyectos en varias regiones de frontera afectadas por conflictos donde se extraía carbón, petróleo, gas, piedras preciosas y metales preciosos. Estos proyectos extractivos llevaron consigo la militarización y los abusos a los derechos humanos, porque el estado metió sus fuerzas de seguridad para apropiarse de la tierra y asegurar los proyectos.
Algunxs analistas están sugiriendo que los intereses económicos están alimentando la violencia actual en Rakhine. Algunxs apuntan a posibles conexiones entre la violencia y un nuevo oleoducto y gasoducto entre China y Birmania, un proyecto multimillonario en dólares, que llevaría gas desde los campos saliendo por la costa de Rakhine, a través de Birmania hasta el sudoeste de China. El gobierno birmano supervisaría la seguridad del proyecto.
«El plan del ejército es tomar la tierra de lxs rohingya y, como lo han hecho antes, trasladar a lxs rezagadxs hacia los campamentos, donde seguirán siendo privados de sus derechos y serán más segregadxs», nos dice Wai Wai.
De hecho, parece que el proceso ya está en curso. Luego de algunas semanas de violencia, el gobierno anunció que «redesarrollaría» la región de Maungtaw de acuerdo a la Ley de Manejo de Desastres Naturales, la cual indica que las «tierras quemadas» deben ser entregadas al Estado para que las administre. Otros informes sugieren que el Estado intenta establecer una Zona Económica Especial en Maungtaw, un área donde las leyes del comercio y los negocios difieren del resto del país.
La tormenta perfecta
Si bien algunxs analistas ponen el énfasis o en las agendas económicas o en el nacionalismo budista como la fuerza principal detrás de la violencia, parece que un factor está entrelazado con el otro.
El trabajo de lxs feministas que desafían a los fundamentalismos, incluyendo el trabajo de investigación realizado por AWID durante varios años, ha hallado vínculos claros entre los modelos económicos neoliberales y el creciente poder de los movimientos reaccionarios basados en la identidad. También ha mostrado que si bien la religión no es nunca el único factor en juego, los fundamentalismos trabajan para naturalizar, e incluso radicalizar, la desigualdad y la discriminación al atribuir respaldo «divino» a los desequilibrios de poder ya existentes.
Los factores económicos pueden muy bien estar detrás de la presión del estado por eliminar a lxs rohingya del norte de Rakhine, pero es el uso social de lxs rohingya como chivo expiatorio, a su vez exacerbado por la neoliberalización de la economía de Birmania, lo que ha permitido al ejército llevar adelante una limpieza étnica a gran escala sin que haya prácticamente ninguna protesta dentro del país.
Respuesta insuficiente
La jefa de Estado de facto del país, Aung San Suu Kyi, quien alguna vez fuera un ícono internacional de los derechos humanos y la democracia, ha sido incapaz de criticar las acciones del ejército en Rakhine. De hecho, la muy arraigada hostilidad hacia la población musulmana rohingya parece ser lo único que une al partido de Aung San Suu Kyi, el ejército que alguna vez se opuso a ella y la mayoría de la gente en Birmania.
Stella dice que el apoyo generalizado que el ejército se aseguró al representar al pueblo rohingya como lxs «otrxs» y como «terroristas» ha impactado a más de unx analista experimentadx, como ella.
«Para gran parte de nuestra sociedad, el sufrimiento y la difícil situación de la comunidad rohingya se ha tornado secundario en relación a su estatus legal. Su derecho o no de considerar a Birmania como su hogar está en el centro de la discusión, en vez de intentar urgentemente encontrar formas de detener las atrocidades que se están cometiendo contra ellxs».
Las organizaciones de derechos de las mujeres en el país han permanecido en su mayoría silenciosas durante esta crisis. Esto es sorprendente dado que hace sólo unos pocos años cientos de organizaciones de mujeres y activistas se unieron para repeler las leyes de Raza y Religión. Una declaración conjunta de 2014 señalaba de qué manera las leyes restringirían aún más las libertades de las mujeres y advertía que habían sido diseñadas para atacar a la comunidad musulmana.
Esta vez las cosas se ven muy diferentes. El ejército se las ha arreglado para reunir un apoyo sin precedentes, respaldado por los intensos esfuerzos de propaganda que se enfocan en la amenaza del terror islamista. «La mayoría de los grupos han preferido permanecer en silencio o se han alineado con la comunidad étnica rakhine», dice Tin Tin Nyu, Directorx de la Unión Birmana de Mujeres, refiriéndose a la mayoría étnica del estado de Rakhine, quienes son predominantemente budistas.
Sólo la Karen Women’s Organization [Organización de Mujeres Karen], un pequeño grupo que representa a una minoría étnica, ha hablado firmemente en favor de la comunidad rohingya.
«Es muy triste», dice Stella. «Nos hemos puesto de pie con tanto valor frente al ejército por lo que les habían hecho a comunidades que consideraban diferentes y, en este caso, no somos capaces de reconocer el mismo patrón de impunidad porque afecta a un grupo con color de piel y creencias diferentes de las nuestras».
¿Qué sigue?
Para quienes se refugian en Bangladesh, las probabilidades de retornar a sus hogares son desalentadoras. El estado está listo para imponer un proceso de verificación que permitirá retornar a las personas rohingya sólo si tienen documentación que pruebe su residencia previa en Birmania, una documentación que la mayoría no tendrá. Para aquellxs cuyos hogares y aldeas han sido destruidos, regresar a Birmania puede significar el ser ubicadxs en nuevos campamentos de internamiento en el norte de Rakhine.
Resulta muy preocupante que parece posible que los grupos extremistas budistas salgan aún más fortalecidos de esta tragedia. «No tengo dudas de que grupos como el Ma Ba Tha saldrán más fuertes de este episodio», dice Stella. «Y el Ejército, que muchos sospechan que está detrás de Ma Ba Tha, encontrará la manera de usar a este grupo en su favor».
Las organizaciones de mujeres como la de Tin Tin también temen que la crisis en Rakhine pueda tener el efecto colateral de diluir muchas de las conquistas logradas por el movimiento de derechos de las mujeres de Birmania. Un movimiento nacionalista más fuerte puede significar, por ejemplo, que el proyecto de ley sobre Violencia contra las mujeres, por el cual lucharon largamente los grupos de derechos de las mujeres y al que se opone fuertemente Ma Ba Tha, quede estancado en el Parlamento.
Parece inevitable que esta crisis también detendrá el frágil proceso de paz que estuvo teniendo lugar en Birmania desde hace cinco años y la muy compleja transición a la democracia.
May Sabe Phyu, Gender Equality Network, una de las mayores organizaciones de mujeres de Birmania, dice que «mucha de la incidencia que las organizaciones de derechos de las mujeres realizaron para la participación de las mujeres en la toma de decisiones y en el proceso de paz probablemente reciban el impacto de esta crisis».
Mientras tanto, parece que la larga tradición de impunidad de la que se ha beneficiado la elite dirigente de Birmania va a continuar. La comunidad internacional una vez más parece ser incapaz de tomar medidas resueltas y oportunas para detener la violencia y evitar futuros episodios. Si bien el último informe del Secretario General de la ONU en el Consejo de Seguridad fue fuerte, aún no ejerció ninguna presión para hacer que el ejército de Birmania detenga el ataque. «En vez de un amplio embargo de armas, la sesión en Nueva York produjo poco más que lugares comunes. No será suficiente para proteger a lxs rohingya», dijo Kate Allen, de Amnistía Internacional.
Más aún, lxs activistas ya están dando la alarma de que la crisis de lxs rohingya está promoviendo una nueva ola de radicalización en las comunidades musulmanas del sur y del sudeste asiático.
Todavía está por verse qué sucederá exactamente en Rakhine y en toda Birmania. Pero lo que está claro, dice Tin Tin, es que «nadie, en ninguna función o puesto, está prestando atención al sufrimiento de las mujeres. En vez de eso, las mujeres están siendo usadas como una herramienta para movilizar el apoyo para cada lado del conflicto».