Este artículo se publicó originariamente en el blog LSE WPS.
Mientras la pandemia sigue exponiendo y profundizando las desigualdades en todo el mundo y continuamos observando cómo aumentan los eventos climáticos extremos, Felogene Anumo nos llama la atención sobre la naturaleza global de estas alteraciones. El paralelismo entre poder, avaricia y las decisiones políticas en respuestas a estas crisis solo nos prueban por qué ahora se hace más necesario que nunca asumir un compromiso con la construcción de economías feministas y trabajar por un cambio sistémico profundo.
«Nunca dejemos pasar la oportunidad de una crisis» es una declaración masculinizada, militarizada e impulsada por la avaricia que solo pueden aplaudir quienes se han beneficiado de la pandemia, como las personas multimillonarias cuyas fortunas se incrementaron en USD 10,2 billones durante esta crisis en curso. Evidentemente, al igual que la distribución de las ganancias de la pandemia de COVID-19, la supervivencia y el alivio también se han inclinado en favor de lxs privilegiadxs, incluidos los países y las corporaciones del Norte Global.
En la actualidad, las altamente infecciosas variantes delta y lambda de COVID-19 se propagan por el Sur Global, donde lenta pero firmemente causan estragos en las comunidades indígenas y de bajos ingresos debido a la escasa capacidad sanitaria, la cual es el resultado de décadas de medidas de austeridad, desinversión en infraestructura de salud y falta de acceso a las vacunas. Sin embargo, los países ricos del Norte, incluidos los Gobiernos llamados feministas, continúan acaparando una cantidad de vacunas que alcanzaría para inmunizar a su población muchísimas veces. De manera perversa, la situación de apartheid de las vacunas también ha mostrado que estos países se oponen activamente a cualquier esfuerzo orientado a garantizar el acceso equitativo del resto del mundo a las vacunas que salvan vidas.
¿Demasiado caliente para manejarlo?
Desde el punto de vista del clima, los eventos climáticos extremos, como los incendios y las inundaciones, han alcanzado niveles inusitados. Lo que lxs científicxs están describiendo como un «calor invivible», alcanzó los 47,9 ºC en algunas partes de Canadá a comienzos del verano de 2021. Lxs ricxs pueden darse el lujo de huir del calor o de comprar equipos de refrigeración como los acondicionadores de aire, pero estas opciones están fuera del alcance de la mayoría de la población mundial.
El clima extremo afecta los medios de subsistencia de las personas que residen en comunidades pauperizadas, como se vio recientemente en Bangladesh, donde una ola de calor destruyó 68.000 hectáreas de arroz, lo que afectó a más de 300.000 agricultorxs. Durante los últimos 20 años, se ha denunciado que el apartheid climático ha provocado la muerte de personas de los países del Sur Global a una tasa siete veces mayor que la de quienes viven en el Norte Global. Los resultados de una investigación constatan que, de no reducirse el calentamiento global, más de 8000 millones de personas corren riesgo de contraer enfermedades transmitidas por el mosquito, como el paludismo y el dengue.
Ya en 2019 y sin considerar la investigación reciente, en África se había informado un 94% de casos de paludismo, mientras que Europa está libre de esta enfermedad desde 2015. La injusticia global de la crisis climática radica en que las personas menos responsables de las emisiones históricas de dióxido de carbono en el Sur Global son quienes más sufrirán sus efectos.
Rasgar el velo corporativo
Del mismo modo, la renuencia a las vacunas y el nacionalismo asociado a estas han sido un gran obstáculo para la distribución, el consumo y la disponibilidad globales; quienes niegan el cambio climático y quienes presionan en favor de las corporaciones desempeñan un rol importantísimo en el impedimento del progreso ambiental. Impulsado por la avaricia de más lucro en detrimento de la salud pública y el medio ambiente, el rol de las grandes farmacéuticas se puede ver en la injusticia de las vacunas al defender los precios y el monopolio de las vacunas.
Esta situación también puede verse en los esfuerzos de las empresas petroleras y de gas que invirtieron USD 200 millones anuales en acciones de cabildeo frente a los Gobiernos para bloquear, controlar o demorar la adopción de políticas climáticas jurídicamente vinculantes. Interesa notar que fue durante el año 2020 de la pandemia y el padecimiento asociado a esta que el gasto militar global alcanzó los niveles más altos en décadas. Los cinco Estados con mayor gasto militar son Estados Unidos, China, India, Rusia y el Reino Unido, a los que se suman otros muchos países que «prefieren» destinar fondos militares a una respuesta militarizada a la pandemia, incluidos el control policial durante el confinamiento, el mantenimiento de cuarentenas, controles de fronteras y la protección de la propiedad privada en detrimento de las personas, y los arrestos.
Reclamar al Estado por el acaparamiento que hacen las empresas
Karl Marx sostenía que la historia se repite primero como tragedia y después como farsa. También hay una verdad muy conocida según la cual las lecciones de la vida se repiten hasta que se aprenden. El cambio climático y la pandemia sanitaria del COVID-19 son al mismo tiempo globales y sin precedentes en los daños que causan. En conjunto, ciernen una amenaza directa sobre la santísima trinidad del desarrollo sostenible: la humanidad, la ecología y las economías. Los Gobiernos, como garantes de derechos, visiblemente presentan batalla con sus respuestas a la pandemia y al cambio climático, lo que también prueba lo mal preparado que está el mundo para enfrentar los riesgos que exacerban la avaricia y la destrucción. Esto hace que sea imposible seguir desconociendo el fracaso de nuestro sendero hacia el desarrollo económico y las lecciones que esto ofrece.
Como resultado de la pandemia global y de la devastadora crisis climática, es necesario que repensemos en profundidad el rol de los Estados y su obligación de cumplir los derechos humanos y garantizar el bienestar del planeta. Las brechas entre riqueza y pobreza extrema, las desigualdades ante las vacunas, el trabajo de cuidados no remunerado y la destrucción medio ambiental no son el resultado de un fenómeno natural, sino de decisiones políticas.
El dominio corporativo sobre nuestra salud, el medio ambiente y las economías es el resultado de años de «fundamentalismo de mercado» que impone una obediencia estricta y literal a los principios del capitalismo de libre mercado. Es esta convicción profunda según la cual las políticas económicas de libre mercado y la búsqueda del crecimiento económico (a cualquier costo) redundarán en beneficios para la sociedad en su conjunto, lo que ha transformado firmemente el rol de los Estados como prestadores de bienes y servicios públicos esenciales en un ente propiciador de las corporaciones lucrativas. Tanto en el campo de la salud como en el del clima, las corporaciones generan y explotan simultáneamente la desinversión en los sistemas de salud pública, la investigación sobre adaptación al cambio climático y la preparación para una pandemia.
En los pasillos de la adopción de decisiones y a través de un enfoque de múltiples partes interesadas para la formulación de políticas, las corporaciones también ejercen su poder para incidir en las políticas gubernamentales y los espacios multilaterales para servir a intereses lucrativos antes que al bien público. Es necesario mostrarle al sector privado la puerta de salida, ya que existe un enorme conflicto de intereses entre el lucro corporativo por un lado y el clima y la justicia de las vacunas por el otro. De hecho, la respuesta a la crisis de COVID-19 y la mitigación del cambio climático tiene la imperiosa necesidad de un análisis y liderazgo feminista interseccional.
Los movimientos feministas están bien familiarizados con los desafíos que imponen múltiples crisis. Desde siempre han elaborado soluciones y luchado en el campo de la investigación, la incidencia, la práctica y la movilización a nivel local y global. Al frente de la elaboración de las políticas deberían estar aquellas personas cuyas vidas y subsistencia han resultado más afectadas. Como afirma Ayanna Presley, «quienes están más cerca del sufrimiento son quienes deben estar más cerca del poder».
Defender el futuro: género, conflicto y paz ambiental
Queda claro que para defender el futuro será necesario profundizar el cambio sistémico. Las distintas crisis que enfrenta hoy el mundo aumentan las desigualdades estructurales que se afirman en la explotación del trabajo y los recursos naturales, así como en los patrones de producción y consumo insostenibles. La mayor revelación de estos tiempos ha sido la crisis de los cuidados en todo el globo. No solo la triple carga de los cuidados que la mayoría asumimos, el fracaso de los sistemas económicos para colocar a los cuidados en el centro de las economías humanas y dar prioridad a la sostenibilidad de la salud y la subsistencia de las personas, y del medio ambiente por encima del lucro.
El derecho a la salud y a un medio ambiente saludable es un derecho humano y un bien público global que no debería ser patrimonio exclusivo de lxs ricxs. Hoy se hace más necesario que nunca nuestro compromiso para construir economías justas, verdes, anticapitalistas, anticoloniales y feministas. No perdamos la celeridad para construir mejor y de un modo diferente.