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Khwezi mostró cómo enfrentar la cultura de la violación – lo demás depende de nosotrxs

La muerte de Fezekile ‘Khwezi’ Kuzwayo, la mujer que acusó a Jacob Zuma de violación, no debe hacer que se agoten los fuertes principios que ella defendió.


El miércoles, cientos de personas se congregaron frente al tribunal superior de Johannesburgo en ocasión de la muerte de Fezekile ‘Khwezi’ Kuzwayo, la feminista y activista contra el Sida que acusó a Jacob Zuma de haberla violado. Ese homenaje lo organizó la campaña One in Nine (Una de cada nueve), grupo de activistas feministas creado diez años atrás para brindarle su solidaridad a Kuzwayo cuando ella declaró contra Zuma — amigo de su familia y en ese  entonces un miembro destacado del Congreso Nacional Africano  —  dentro mismo del tribunal.

Aunque los medios revelaron el nombre verdadero de Kuzwayo durante el juicio, lxs activistas optaron por defender su derecho a la intimidad usando para ella el seudónimo de ‘Khwezi’. El proceso judicial fue breve y brutal, dejando expuesta su historia sexual y cuestionando su sexualidad. Zuma aceptó el coito pero negó que hubiera sido violación, explicando que él había tenido sexo sin protección pese a saber que Kuzwayo era VIH positiva, pero había tomado una ducha tras la relación para no infectarse.

Zuma sostuvo que Kuzwayo lo había incitado sexualmente al vestir un kanga (una tela envolvente de algodón con estampados que las mujeres africanas suelen usar en sus casas) y que no se había resistido cuando él se despertó y la penetró. Su testimonio desconoció la noción de consentimiento activo, es decir, que una mujer tiene que acceder verbal y claramente a mantener una relación sexual. Fue absuelto y el presidente del tribunal, Willem van der Merwe, cuestionó la historia previa de agresiones sexuales sufridas por Kuzwayo.

Se podría decir que no fue un juicio notable. Las tasas de violencia contra las mujeres en todo el mundo alcanzan proporciones epidémicas: se estima que una de cada tres mujeres será violada en el transcurso de su vida. Zuma no es en absoluto el único ocupante de un cargo electivo que enfrenta acusaciones de violación o de acoso sexual. Ni es la única figura política que se ha  burlado de la idea del consentimiento aplicada a las mujeres.  Como ha dicho la feminista sudafricana Pumla Dineo Gqola, la violación es «un delito del poder».

Pero lo que continúa resultando emocionante en esta historia es el ejemplo de Kuzwayo y de todas las personas que públicamente la apoyaron cuando le hizo frente al poder del patriarcado institucionalizado y a las alianzas políticas de larga data.

La campaña Una de Cada Nueve – formada por activistas experimentadxs y por integrantes de los movimientos feminista, queer y contra el VIH y el Sida – fue representativa de los colectivos que la crearon. Superadxs en gran número por lxs partidarixs de Zuma, lxs Una de Cada Nueve se negaron a abandonar la calle frente al tribunal pese a los insultos que recibieron de la multitud y al hostigamiento policial.

Unas pocas figuras públicas como Pregs Govender, ex parlamentaria del ANC, apoyaron las protestas. Feministas de toda la región africana expresaron su indignación a lo que consideraron la «victimización horrenda y antiética» de Kuzwayo.

En África y fuera de ese continente, muchas veces la respuesta del mundo ante las violaciones ha sido vergonzosa.

Aun después de su muerte, el ejemplo de Kuzwayo irradia una fuerza que es imposible ignorar. La Women's League [Liga de Mujeres] del ANC, que defendió apasionadamente a Zuma durante el juicio por violación, ofreció condolencias de rutina ante su muerte. En una entrevista, la secretaria general de la Liga se mostró avergonzada — lo que casi equivale a una disculpa — y señaló que Kuzwayo había sido «valiente e intrépida» al presentar su acusación.

Se sabe que resulta particularmente difícil llevar a juicio un caso de violación. En general, las únicas personas presentes en estos casos son el acusado y la sobreviviente, y las evidencias forenses suelen ser mínimas. Lxs feministas admiten que la violación es algo muy común pero que también lo es que los violadores no sean castigados por sus actos. Usan tres palabras simples — «Nosotrxs te creemos» — porque creerle a una mujer, públicamente, es hacerle frente a la dominación social masculina.

En África y fuera de ese continente, muchas veces la respuesta del mundo ante las violaciones ha sido vergonzosa. Pensemos qué pocos son los recursos disponibles para apoyar el trabajo de ponerle fin a la violencia contra las mujeres. Pensemos cuántas organizaciones de mujeres tienen menos financiamiento del que necesitarían y por lo tanto ven limitada su capacidad de enfrentar la violación en toda su escala. Y observemos cómo los centros de atención con servicios múltiples en un solo lugar creados en colaboración con policías provinciales o estatales tienden a decaer una vez que quienes impulsaron su creación, que por lo general fueron mujeres, dejan de dirigirlos.

Ya no podemos seguir diciendo que la violación parecería ser un problema insoluble porque en lo concreto nadie hace nada. Es posible impedir la violencia contra las mujeres. Una investigación realizada en la capital de Uganda, Kampala, en 2014 ofreció evidencias de que cambiar la forma en que pensamos y lo que hacemos en relación al poder de género en la sociedad puede llevar a que se reduzca la violencia, cambien las actitudes y haya más solidaridad hacia las mujeres.

Estos cambios positivos solo tendrán lugar si dejamos de confiar en que habrá un puñado de «valientes» que se pondrán en la línea de fuego. Nosotrxs, la ciudadanía y el Estado, tenemos que redistribuir esta carga y empezar a tomarnos en serio nuestra responsabilidad colectiva de cambiar las dinámicas de poder que hacen posible la violación.

 


Jessica Horn es una activista feminista y directora de programas del African Women’s Development Fund [Fondo para el Desarrollo de las Mujeres Africanas]. Este artículo se publica como parte de una campaña en línea organizada por la Gender Based Violence Prevention Network [Red de Prevención de la Violencia de Género] coordinada por la organización Raising Voices [Voces que se hacen oír], con sede en Uganda, para poner fin a la violencia. Utiliza la etiqueta #VAWFree, tuitea mencionando a @GBVNet o visita la página de Facebook GBV para sumarte a la conversación.

Este contenido se reproduce como parte de nuestra asociación actual con The Guardian y Mama Cash.

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Análisis
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