Recientemente, a Tucker Carlson de Fox News le dio un ataque cuando el periodista e historiador holandés, Rutger Bregman, llegó para una entrevista y le dijo a Carlson: «Puede que no te guste, pero eres un millonario financiado por billonarios». Mientras Bregman continuaba, en palabras propias, «diciéndole la verdad al poder», Carlson rápidamente finalizó la entrevista con una catarata de insultos.
Esta no es la primera polémica que la crítica de Bregman hacia los grandes capitales ha suscitado en el pasado mes. En el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, en enero, Bregman genialmente espetó a una audiencia desprevenida de jefes y Jefas de Estados, altxs directivxs y traficantes de influencias: «…dejen de hablar de filantropía y empiecen a hablar de impuestos… Podemos invitar a Bono otra vez, pero tenemos que hablar de impuestos. Es eso. Impuestos, impuestos, impuestos. Todo lo demás son tonterías, en mi opinión».
El mensaje de Bregman –y la audacia de descargarlo en público– a las claras encontró eco en algunas personas y enfureció a otras.
Sin embargo, la pregunta persiste: ¿Qué significa «decirle la verdad al poder» en materia económica?
Y ¿es verdad que cuando se habla de soluciones para las crisis más urgentes de nuestro tiempo, se habla de cualquier cosa, menos de impuestos?
En AWID, venimos planteando las mismas preguntas. Durante décadas, hemos instado a los donantes a responder a las necesidades de los movimientos feministas de todo el mundo y la vez hemos hecho un llamamiento al sistema financiero mundial. Incluso cuando bregamos por «más y mejor financiamiento», también damos prioridad a la construcción de economías feministas, incluida la justicia fiscal y el desafío a la insidiosa influencia del poder corporativo.
Estas iniciativas paralelas no surgieron de forma simple o fácil. Surgen del análisis de los movimientos feministas sobre el vínculo indisoluble entre un sistema económico mundial injusto y la realidad de cómo dotamos de recursos a nuestras comunidades y movimientos.
En primer término, debemos adoptar una perspectiva histórica.
Como escribe Edgar Villanueva en Decolonizing Wealth (en inglés): «El fundamento de la filantropía tradicional es preservar la riqueza y, muy a menudo, que la riqueza fundamentalmente es dinero robado dos veces: una, a través de la explotación de corte colonial de los recursos naturales y mano de obra barata y, la segunda vez, a través de la evasión fiscal». Lo mismo puede decirse del financiamiento para el desarrollo, la explotación colonial literal a la que hace referencia Villanueva.
Tanto la filantropía como el desarrollo pueden entenderse como dineros públicos malogrados y suprimidos de los sistemas democrácticos de asignaciones verdaderas. Y son apenas una mínima parte en comparación con lo que sería posible si se contara con recursos públicos robustos.
Es desde esa base que todo cambio social –desde el feminismo, pasando por la justicia social, hasta la justicia racial– debe implicar un análisis económico. AWID ha participado activamente en alianza en campañas como la de Días Mundiales de Acción para la Justicia Fiscal por los Derechos de las Mujeres y trabajado para recuperar el conocimiento económico experto en el seno de los movimientos feministas
En segundo término, es necesario que hagamos un examen honesto del tema de la complicidad.
Al evitar discutir nuestra propia complicidad y la de nuestros gobiernos y donantes, nos quedamos en la superficie, luchando por algo de financiamiento y una pizca de políticas en lugar de atacar los problemas más fundamentales que agudizan las desigualdades de género y otras formas interrelacionadas de opresión.
La complicidad puede ser flagrante: Bregman dijo que se veía cómo altxs ejecutivxs y jefxs de Estados volaban a Davos en aviones privados para hablar de cambio climático. Su mano a mano con Carlson se ha viralizado en las redes sociales. Como atestigua su Twitter, lo que manifiesta que estas contracciones obvias pueden sentirse estupendamente.
Sin embargo, la complicidad también puede ser sutil y por momentos anida en las instituciones que apoyan a los movimientos sociales. ¿Qué significan, por ejemplo, los programas de subvenciones para las organizaciones feministas provenientes de organismos que defienden la privatización de la tierra o que invierten grandes sumas en las industrias extractivas? ¿Qué hay de la «caridad» de las corporaciones cuyas prácticas laborales sirven para explotar y no para revertir la desigualdad?[1]
Incluso al tiempo que decimos todo esto, somos conscientes de que el financiamiento es escaso y de enorme valor para los movimientos feministas. Reconocemos que muchas personas bien intencionadas trabajan con esmero para liberar fondos.
Pero, ¿cuándo podremos mantener este tipo de conversaciones, con honestidad y sin deferencias? ¿Cuándo y cómo podemos decir, «gracias por el liderazgo que ejercen en materia de financiamiento, pero sus minas nos están matando»?
Es precisamente este aprieto lo que exige una mirada más amplia.
Por último, «impuestos, impuestos, impuestos» es una frase concisa (y a la cual Bregman ciertamente le agrega matices en su trabajo), pero este llamamiento no puede separarse de la realidad donde la desigualdad se basa en el patriarcado, el racismo, y en siglos de explotación colonial.
Para que la justicia fiscal se convierta en realidad, es necesario sacudir las raíces del capitalismo.
Los esquemas fiscales progresivos en sí mismos pueden hacer muy poco por quienes quedan al margen del trabajo decente o de la vivienda justa por razón de su raza, identidad sexual o de género, o discapacidad. Con impuestos únicamente no alcanza para recomponer el agua y el aire que se han envenenado en nombre del lucro, ya sea en la notoria «carrera hacia el abismo» incitada por el desarrollo o en las comunidades pauperizadas y las comunidades de color en los denominados países «desarrollados». Los impuestos pueden fortalecer el apoyo social, pero sin abordar explícitamente la imposible carga del trabajo de cuidados y reproductivo que recae sobre las mujeres, nunca nos conducirán a una sociedad verdaderamente justa.
[1] En el campo de la filantropía, un pequeño número de donantes para la justicia social se hacen estas preguntas. Por ejemplo, Justice Funders compartió recientemente una aspiración a 100 años para una filantropía «justa», con la que se busca redistribuir todos los aspectos del bienestar, democratizar el poder y colocar el control económico en manos de las comunidades. Este es un tipo de filantropía que aspira a salir del ámbito empresarial, fortalecer las instituciones democráticas y cambiar el poder que controla la dotación de recursos.