A mis 15 años, nos mudamos con mi familia a Estados Unidos desde Canadá.
Mi madre, soltera y originaria de Paquistán, había conseguido empleo como docente en la Universidad de Long Island, Nueva York, y por eso una semana antes de mudarnos fuimos hasta la frontera para conseguir nuestras visas. Esperamos varias horas para que nos atendieran y mamá nos advirtió a mí y a mi hermano, ambos en nuestra adolescencia, que nos portáramos muy bien: era la Nueva York post-11 de septiembre y mamá era de piel oscura. Ella esperaba leyendo un libro mientras mi hermano y yo nos hacíamos burla mutuamente y conversábamos.
De repente, desde el otro extremo de la habitación, escuchamos que un hombre del sudeste asiático le gritaba a su esposa y toda la gente comenzó a mirarles. Cuando el hombre terminó de gritar, mi madre se dirigió a la mujer desde la otra punta del salón, con su voz grave, atronadora y con intención de apoyarla: «¡Sácate ese hombre de encima!».
Por milagro, conseguimos las visas.
Siempre supe que mi madre había estado muy involucrada con el movimiento feminista de Paquistán, pero nunca me interesé en hacerle preguntas. Era algo normal en nuestras vidas: ella y sus amigas activistas hablaban de feminismo y de política; nos arrastraron a las marchas y manifestaciones hasta que tuvimos edad suficiente como para negarnos. Mi madre nos alentó a explorar nuestras sexualidades cuando sentimos la necesidad de hacerlo. Siempre le respondimos con un gesto de fastidio y una risa. Cosas de mamá.
Soy canadiense de primera generación, mestiza. Tengo piel clara y pecas, y la gente no puede creer que sea paquistaní. Nunca supe mucho sobre Paquistán salvo por los fragmentos de cultura local que vivía cuando íbamos de visita y, por supuesto, lo que me llegó como producto de haber sido criada por una madre paquistaní. Había elementos de su cultura que mi madre valoraba mucho y preservaba. Cuando como familia fuimos de viaje a Polonia o a Cuba en los años noventa, mi madre vestía orgullosamente su salwaar kameez. Una vez, en un acto escolar ya en Estados Unidos, mi profesora preguntó de dónde éramos. Yo respondí «de Toronto» y enseguida mi madre agregó, provocándome un gesto de fastidio: «y yo, de Karachi». Pero ni de niña ni de adolescente me pareció importante conocer mis raíces étnicas.
Después, a mis 19 años, mi madre murió.
En la década que le siguió a su muerte, empecé a trabajar cada vez más por los derechos de las mujeres. En ese momento, empecé a habitar un vacío cultural que corría paralelo con mi anhelo de saber más sobre mi madre como mujer, como paquistaní y como feminista. La historia del feminismo en Paquistán casi no ha sido documentada (especialmente en línea) por eso, para saber más me volqué a la opción que me quedaba: el 'boca a boca'.
Era un momento ideal. Me entusiasmó descubrir que algunas de las amigas activistas de mi madre que habían sido fundamentales en el movimiento feminista de Paquistán iban a asistir en septiembre de este año al 13° Foro de AWID en Brasil. Como parte del personal de AWID, yo también iba a estar allí.
Nos dimos un abrazo y fijamos un momento para encontrarnos después. Lloré durante toda su intervención, por una mezcla de nervios, tristeza y expectativa. Esa tarde, Nighat me habló del Women’s Action Forum [Foro de Acción de las Mujeres, WAF], una organización paquistaní por los derechos de las mujeres que no tiene filiación partidaria ni estructura jerárquica y tampoco acepta financiamiento. Ella y mi madre la fundaron a comienzos de los años ochenta. Nighat me contó cómo la organización se fue expandiendo a lo largo de los años y cómo continúa comprometida con los principios de los derechos y el empoderamiento de las mujeres.
Al día siguiente me reuní con Farida Shaheed.
En un salón vacío y al término de un largo día en el que tuvo una reunión tras otra, aceptó hacer una entrevista filmada conmigo. Farida habló de la historia del movimiento y me explicó el contexto político. Me contó cómo decidió sumarse a Shirkat Gah [Lugar de participación], otra organización feminista de la que mi madre fue una de las fundadoras y de la cual hoy Farida es directora ejecutiva. Describió algunos de los métodos que utiliza su organización para instruir a los hombres en temáticas de derechos humanos de las mujeres y también algunos de los logros del movimiento.
Reflexionando sobre el Foro sentí la urgencia de difundir información sobre el movimiento feminista de Paquistán a un público más amplio. En Occidente, las noticias que nos llegan de Paquistán son casi siempre negativas y antifeministas. En Paquistán hay muchos problemas pero si corremos ese velo encontramos historias esperanzadoras acerca de un movimiento que no ha dejado de crecer durante las tres últimas décadas, que continúa cobrando impulso y dando pasos importantes en un país colmado de desigualdad y hostilidad. Son historias que deberían ser oídas y las mujeres que las protagonizan se merecen un reconocimiento.
Ahora no soy más ni menos paquistaní que antes, pero después del Foro me siento cómoda con eso.
Mi relación con Paquistán no cambió pero sí crecieron enormemente mi conocimiento de mí misma, mi orgullo por ser quien soy y por quien fuera mi madre. El 13° Foro de AWID me dio inspiración, admiración y esperanza. También ayudó a llenar un hueco que había dentro de mí. Ahora tengo dos «tías» nuevas y conozco una historia rica y conmovedora que mi madre ayudó a construir. Estuve pensando mucho sobre qué puedo hacer yo como persona de ascendencia paquistaní y como integrante del movimiento en general para seguir adelante con el arduo trabajo realizado por la generación anterior. La transferencia intergeneracional y transnacional de conocimiento que comenzó en mis conversaciones con Nighat y Farida es un elemento importante de ese trabajo.
Otra parte del proceso ocurrió sobre el final de mi entrevista con Farida, cuando ella me dijo que nunca dejara de reírme y un segundo después agregó: «te ríes exactamente igual que tu madre».