La libertad de poder decidir qué hacer con nuestras vidas
«Mi sueño es que cese la violencia contra nosotras, que no haya injusticias, que seamos visibles y respetadas en la sociedad y no suframos más la estigmatización» dice Rosa Alma Ramos, trabajadora sexual salvadoreña, quien coordina la Asociación de Mujeres Trabajadoras Sexuales Liquidambar de El Salvador.
¿Cómo lograr entonces el sueño de Rosa? No en soledad. Junto a ella, otras trabajadoras sexuales desean ese cambio, y están convencidas de que en la organización está la fuerza. La asociación ya cuenta con una historia de casi nueve años. La Asociación se afilió a AWID en enero de 2017.
Los comienzos
Durante las campañas electorales de El Salvador en 2009, el candidato de la derecha, Norman Quijanos, del partido Alianza Republicana Nacionalista, prometió que quitaría a las trabajadoras sexuales de las calles de San Salvador. Angélica Quintanilla, una trabajadora sexual de esa ciudad, en alerta ante estas amenazas, se dirigió junto a otras diez mujeres aún no organizadas, a la Alcaldía municipal, donde pudieron hablar con su titular, Violeta Menjívar. A partir de esa y otras conversaciones se logró la creación del «Comité de Prevención de Violencia contra trabajadoras sexuales» que serviría como espacio de articulación y diálogo entre ellas, el gobierno local y las fuerzas policiales.
Unos meses después, ya más organizadas, deciden llamar a la asociación Liquidambar. «Ese nombre significa para nosotras la libertad de poder decidir qué hacer con nuestras vidas, y cómo realizar nuestros sueños. Observa nuestro logo: hay un puente que representa todas las conexiones o los pasos que necesitamos dar para encontrar lo que necesitamos» explica Rosa con una energía contagiosa. Nos cuenta que «el Liquidambar es un árbol que crece en zonas montañosas, muy elevadas por sobre el nivel del mar. Esos árboles tienen un bálsamo que corre de sus venas hacia el mar, y en el camino se lleva palitos hojitas, una gran variedad de insectos, y al llegar al mar sufre transformaciones y se convierte en la única piedra preciosa de origen vegetal: la piedra de ámbar. Como esas transformaciones tan profundas y el color azul de los océanos, así es el potencial firme y bello, la energía espiritual de la trabajadora sexual».
El trabajo sexual es trabajo
Liquidambar comenzó a funcionar «sin recursos ni apoyos» recuerda Rosa, pero luego fueron articulando con otras organizaciones locales e internacionales. La oficina se encuentra en la capital, San Salvador, y allí se dedican, con el apoyo del Foro de ONG en la lucha contra el VIH a capacitar a las trabajadoras sexuales en educación sexual, prevención de HIV y ETS y también les ofrecen talleres para fortalecer su autoestima.
En el Comité de Prevención de la Violencia contra trabajadoras sexuales hacen incidencia política con diferentes instituciones del gobierno nacional y local para lograr la implementación de políticas públicas que mejoren las condiciones en que se realiza el trabajo sexual.
«La Global Network of Sex Work Projects y la Plataforma Latinoamericana de Personas que Ejercen el trabajo sexual nos apoyan en lo técnico y en prepararnos para la participación en foros internacionales, donde podamos hacer incidencia en la defensa y promoción de los derechos humanos de las trabajadoras del sexuales».
Para el Día Internacional de las Mujeres elaboraron una declaración donde reclaman que se lleve a plenaria el anteproyecto que legaliza el trabajo sexual, y fue entregado a la Asamblea Legislativa por las trabajadoras organizadas.
Pidiendo respuestas desde articulaciones feministas
Liquidambar integra la Concertación Feminista Prudencia Ayala, que coordina a más de veinte organizaciones feministas de El Salvador, y también articula con Las Dignas, la Red Salvadoreña de Defensoras de Derechos Humanos.
«Según la Constitución Nacional, todas las personas somos iguales ante la ley, entonces: ¿por qué las mujeres que sufrimos violaciones, somos revictimizadas y nos siguen matando por el hecho de ser mujeres? ¿Por qué esos femicidios siguen impunes?» señala Rosa. «Es por todo esto que debemos participar en acciones, y aprender sobre y desde el feminismo. Por eso somos parte de la Red de Defensoras, y como Red estamos exigiendo a las autoridades correspondientes, por ejemplo la Fiscalía General de la República, que lleve adelante las investigaciones necesarias, que estas muertes no queden impunes, y que se protejan a las defensoras que realizamos las denuncias».
Según la declaración de Liquidambar solo el 10% de las trabajadoras realizan y dan continuidad a las denuncias sobre situaciones de violencia institucional. El 90% que no denuncia da como razón fundamental el miedo a represalias y la falta de confianza en el sistema de justicia.
Más allá del miedo
El 6 de mayo de 2016 asesinaron a Angélica Quintanilla, la líder que reunió aquel primer grupo de trabajadoras sexuales por primera vez en 2009. Rosa recuerda a la fundadora de Liquidambar como una mujer de carácter fuerte, que hacía lo que fuera necesario por llevar adelante sus principios e ideas. El suyo es justamente uno de los crímenes que sigue impune. Después de su muerte, algunas mujeres dejaron el grupo, pero otras se quedaron, convencidas de la necesidad de seguir resistiendo organizadas. Pero el miedo era muy tangible y fuerte. Una vez más, como al momento de su creación, las mujeres de Liquidambar se rearman, miran hacia adentro, buscan cómo sanar y sobrellevar el miedo.
Tras el asesinato de Angélica, tuvieron que mudar la oficina por cuestiones de seguridad. «Estamos en una más pequeña pero es más acogedora. Hemos trabajado mucho para poder remover el miedo que sobrevino luego de su muerte. La fundación American Jewish World Service (AJWS) nos ayudó con capacitaciones con enfoque sistémico para salir con menos miedo y volver a las calles empoderadas».
El caso de Angélica no es un caso aislado. Liquidambar denuncia ese y otros de los 35 recientes asesinatos de trabajadoras sexuales, solo en 2018, como femicidios.
«La amenaza es tan real, se vive todos los días. Proviene de las pandillas o maras, pero también viene del estado y de aquellos que se sienten dueños de las zonas de comercio sexual».
Desafíos que no las detienen
Rosa nos cuenta que «la gran mayoría de las compañeras provienen de poblaciones donde la pobreza es extrema. Quienes hacen su trabajo en la calle, deben enfrentar las amenazas y el pedido de ‘renta’ por parte de las pandillas, para poder tener derecho a trabajar en ciertas zonas, y a veces todo esto causa la falta de clientes».
A esto hay que sumarle la violencia institucional, los ya mencionados casos de femicidio, el estigma y discriminación por parte de la sociedad salvadoreña. «Hemos trabajado en capacitaciones para sensibilizar al personal uniformado, y aprovechamos esas ocasiones para denunciar a quienes nos violentan».
Para combatir la pobreza de las trabajadoras sexuales Liquidambar tienen muchos proyectos pero la falta de recursos complica la realización de algunos de ellos. La asociación le reclama a las autoridades locales políticas y acciones que reconozcan a las trabajadoras sexuales y su necesidad de sostenibilidad laboral. «Les pedimos que nos capaciten con talleres de emprendedurismo, por ejemplo, poder elaborar dulces, o que nos apoyen para poner una guardería para cuidar a las/os hijas/os de las trabajadoras sexuales».
Rosa señala que están buscando los fondos para el capital semilla para crear un comedor dirigido por ellas mismas. «Ese es un proyecto que quedó pendiente de la época de Angélica».
Las mujeres trabajadoras sexuales de El Salvador se organizan, salen a la calle y disputan los espacios de decisiones para reclamar por sus derechos, lo que no solo les permite mejorar su calidad de vida sino la de su familia o las personas que tienen a cargo. El trabajo sexual es trabajo y es tiempo que eso se vea reflejado en las distintas políticas que lleven adelante los estados.